×
Enlaces de servicios prestados por la Universidad
Servicios Universidad Distrital
Servicios
Rendición de cuentas 2019
Abel Rodríguez Céspedes

Abel Rodríguez Céspedes

Exsecretario de Educación de Bogotá

La Misión de Educadores: aprender del pasado para construir el futuro


Edición Nº 4. Septiembre de 2020. Pensar la Ciudad
Autor: Abel Rodríguez Céspedes | Publicado en August 10, 2020
Imagen articulo La Misión de Educadores: aprender del pasado para construir el futuro

La convocatoria de una Misión de Educadores y Sabiduría Ciudadana es una buena iniciativa que vale la pena apoyar e impulsar, no obstante que las experiencias del país en esta materia no entusiasman demasiado. Recordemos que en la expiración de su mandato el expresidente Gaviria convocó la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, que por la talla intelectual de sus integrantes los medios de comunicación la llamaron “La Misión de los Sabios”. Las importantísimas e interesantes recomendaciones de esta Misión fueron como se dice en la calle objeto de tremendo “conejazo”. 

El actual gobierno del presidente Duque, esta vez recién posesionado, también convocó una Misión similar, aunque de mayor tamaño, que puede terminar en otra frustración. A nivel distrital, Oscar Sánchez, el secretario de Educación del alcalde Gustavo Petro, también organizó una Misión de Calidad de la Educación, de la que la administración de Peñalosa ni siquiera se dio por enterada. El Ministerio de Educación Nacional, por disposición contenida en la Ley General de Educación, convoca cada diez años una deliberación nacional para elaborar el Plan Decenal de Educación del país, que, aunque no es propiamente una misión, por sus propósitos tiene un sentido parecido. Ya van tres convocatorias en serie que han logrado reunir valiosas recomendaciones que los gobernantes, específicamente los directores de planeación y los ministros del ramo, se han pasado por la galleta, para usar otra expresión del lenguaje coloquial

Por las razones que se derivan de las experiencias expuestas anteriormente, en repetidas ocasiones he expresado mi renuencia a intervenir nuevamente en este tipo de discusiones, convocadas por autoridades gubernamentales. Sin embargo, he decidido participar en esta, la convocada por la alcaldesa Claudia López y por Edna Bonilla, secretaria de Educación de Bogotá, por tratarse de una misión de educadores, gremio del cual provengo y he tratado de reivindicar durante toda mi vida, reclamando entre otras cosas su inclusión en la formulación de la política pública educativa. 

Como esta vez la misión no es de sabios sino de educadores, se entiende que habrá de ocuparse prioritariamente, más no exclusivamente, de recoger la opinión informada de los educadores, así como las inconformidades, inquietudes y aspiraciones de las alumnos, padres y madres de familia, quienes, junto con los trabajadores de la enseñanza, son los más interesados en trazarle a la educación pública de la capital una ruta estratégica, cierta y duradera. 

Si la voz que se quiere escuchar en primer lugar es la voz de los educadores y demás sujetos de la institución escolar, el enfoque que habrá de dominar tanto la deliberación como la construcción de las conclusiones de la Misión, será el enfoque pedagógico, y el tema medular del cual habrá de ocuparse será trazar las estrategias pedagógicas que se requieren para encausar el rumbo de la educación de la ciudad hacia el 2024, 2030 y 2036, años que han sido señalados como referentes temporales del trabajo de la Misión. Si los educadores hacen suya la Misión, podrán lograr un rescate de la pedagogía y del saber pedagógico, que durante las últimas décadas ha sido relegado a un segundo plano y reemplazado por toda suerte de teorías, estrategias y programas tomados prestados de la economía y la administración, e impuestos a través de estudios y recomendaciones de organismos multilaterales, especialmente financieros. 

Tratándose de una Misión de Educadores y Sabiduría Ciudadana no puede haber duda de que el espacio privilegiado para adelantar el dialogo propuesto son los colegios, universidades y demás instituciones de educación, sitios donde tiene lugar el acto educativo o la acción de educar. Allí se encuentran y podrán escucharse a los interlocutores principales de una conversación pedagógica: los rectores, coordinadores, maestros, estudiantes, padres y madres de familia, supervisores y funcionarios administrativos, estamentos que conforman lo que clásicamente conocemos como comunidad educativa. La Misión, igualmente, deberá oír a los comunicadores, intelectuales y dirigentes políticos, gremiales, sociales y culturales de la urbe. En fin, el desafío será escuchar a todos los sectores, actores y protagonistas de la ciudad. Sólo de esta manera será posible construir un plan educativo de largo plazo, que no esté sometido a los vaivenes de los cambios de gobierno y a la voluntad de funcionarios ocasionales y pasajeros.    

Para lograr este propósito será menester no olvidar que las necesidades e intereses de los niños y jóvenes van cambiando con la edad; por lo tanto, los objetivos, metas y programas de enseñanza no pueden ser los mismos para todo el ciclo educativo. Desafortunadamente, la integración de la escuela primaria con el colegio de bachillerato en una sola institución que atiende niños y niñas desde los 4 y 5 años hasta los 16, 17 o 18 años, ha conducido a olvidar que en ese tramo de vida tan extenso se encuentran sujetos bien diferentes, con intereses bien disimiles, que no pueden ser tratados pedagógicamente como iguales, porque no lo son. Los planes de estudio, las enseñanzas y los métodos, los contenidos, los manuales o reglamentos escolares, las aulas de clase y los espacios de recreación, en fin, todos los aspectos que comprende la organización escolar deben dar cuenta de esta pluralidad de sujetos, so pena de homogenizar la enseñanza y arrebatarla del interés de los escolares.  

Resulta imperativo, al momento de formular diagnósticos y propuestas de transformación pedagógica, distinguir con la mayor claridad cuáles son para la enseñanza inicial o prescolar, cuales son para la básica, cuales para la media y cuales para la superior. En la escuela básica percibo que las cosas que más aprecian y desean encontrar los niños son libertad, participación, diálogo y comunicación, alegría, placer y felicidad, oportunidades de exploración, indagación y discernimiento. Siendo así, no resulta difícil comprender, que una escuela que responda a los intereses y necesidades de los escolares no puede ser una escuela preocupada y casi obsesionada por atender las demandas de la productividad económica y el mercado que, por razón de su propia naturaleza, discurren en medio del afán de rendimiento, eficiencia, competitividad y lucro. Desafortunadamente, esa es la educación que ha venido haciéndose en las últimas décadas, sin lograr mejoras sustantivas y notables en la calidad, pertinencia y permanencia del sistema educativo. y esa es la educación que continúan deseando y persiguiendo los ideólogos del régimen económico y político dominante en Colombia y buena parte del mundo.

Esa visión economista, utilitarista y funcionalista de la educación ha fracasado totalmente, porque ha conducido a la implementación desde los primeros años del ciclo escolar, de un currículo caracterizado por un asignaturismo repleto de conocimientos fragmentados, superficiales e inútiles, esto es, una enseñanza generalista y memorista, que no despierta el interés de los estudiantes por el aprendizaje ni desarrolla sus potencialidades, capacidades y talentos. La educación diseñada por el modelo de desarrollo vigente, que se imparte hoy día en colegios, universidades y demás centros de formación, no forma en los estudiantes una autentica cultura del trabajo, ni siquiera “produce” los trabajadores y profesionales productivos, competitivos y eficientes que desea el empresariado neoliberal.  

El faro que debe iluminar el trabajo de la Misión debe ser inequívocamente la garantía del derecho pleno a la educación para toda la población en edad escolar, en primer término, y también para aquellos jóvenes y adultos que por diferentes causas no lograron cursar el ciclo educativo completo y desean terminarlo, incluida la educación superior. Garantizar oportunidades educativas para todos y todas, ese debe ser el primer desafío de un plan educativo democrático. Sería frustrante continuar diseñando políticas que sacrifican la universalidad para focalizarse en los más pobres o en los más vulnerables como se llaman ahora a los excluidos de los bienes esenciales. Las llamadas acciones afirmativas son válidas y necesarias, pero como componentes de políticas universales. Es indispensable dejar a un lado los juegos técnicos que la tecnocracia educativa se ha venido inventando para evadir la atención del derecho a la educación en forma plena.

En este sentido, lo que a mi juicio necesita Bogotá es trazar una política educativa que garantice a las nuevas generaciones el goce pleno del derecho a una educación de excelente calidad, que incluya la disponibilidad suficiente de establecimientos escolares, adecuadamente dotados, con maestros bien preparados y reconocidos, y apropiadas condiciones de acceso, permanencia y pertinencia. Una educación de calidad será aquella que prepare a los estudiantes para conocer, comprender y transformar el mundo, para lo cual será indispensable que el sistema educativo les enseñe y ellos aprendan a comunicarse correctamente con los demás, a convivir pacífica y respetuosamente con sus semejantes y con la naturaleza y que les desarrolle su capacidad para pensar, discernir y aprovechar su talento y su potencial de trabajo y creatividad, en bien de sí mismo, de la comunidad en la que habitan, de la ciudad y del país.