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Carlos Vicente de Roux

Carlos Vicente de Roux

Ex concejal de Bogotá

La visión sistémica y la comprensión de la ciudad


Edición N° 11. Junio-Julio de 2021. Pensar la Ciudad
Autor: Carlos Vicente de Roux | Publicado en April 30, 2021
Imagen articulo La visión sistémica y la comprensión de la ciudad

La visión sistémica ha venido siendo muy utilizada en el esfuerzo de entender qué es una ciudad. Se trata de un enfoque sugestivo, capaz de rendir frutos de provecho a condición de reconocer sus límites. Aquí solo pueden darse unas puntadas al respecto, y se hará principiando por oír la voz de algunos de los “clásicos” sobre el tema.

El último capítulo de Muerte y vida de las grandes ciudades, el famoso libro-manifiesto de Jane Jacobs[1], se titula Qué tipo de problema es una ciudad. En busca de elucidarlo, recoge el planteamiento de Warren Weaver sobre las fases de la historia del pensamiento científico[2]. En la primera de ellas la física habría aprendido a resolver “problemas sencillos”, de dos o tres variables, como el de la rotación de los planetas o el movimiento de un par de bolas de marfil en una mesa de billar. En la segunda, la ciencia habría adquirido la capacidad de tratar, apoyándose en la teoría de las probabilidades y aplicando métodos estadísticos, “problemas de complejidad desorganizada”, que involucran enormes cantidades de variables, como el del movimiento de miles o millones de bolas de billar -no es posible establecer la trayectoria de cada una, pero se pueden averiguar cuántas tocan, en promedio, determinado segmento de la banda en un segundo-. Algo similar ocurre, por ejemplo, con el comportamiento de las partículas subatómicas, las leyes de la herencia o la expectativa de vida de la población.

Sin embargo, habría un campo intermedio, cuyo abordaje correspondería a una tercera fase de la historia de la ciencia: el de la “complejidad organizada”. Los problemas que ésta plantea no vendrían definidos por la cantidad de variables en juego, pues:

mucho más importante que el simple número de [las mismas] es el hecho de que esas variables están todas ellas interrelacionadas […]. Estos problemas, a diferencia de las situaciones desorganizadas a las que se enfrentan las estadísticas, muestran el rasgo esencial de la organización. […] Son problemas que requieren tratar simultáneamente un numeroso conjunto de factores en conexión íntima, formando entre todos un todo orgánico.[3]

Uno de los padres de lo que vendría a ser la Teoría General de Sistemas, Ludwig von Bertalanffy, planteó de manera similar el contraste entre la ciencia clásica y la contemporánea. La primera, según él, buscaba explicar los fenómenos que constituían su objeto con un enfoque “analítico”, reduciéndolos “a sus elementos componentes, a unidades elementales investigables independientemente una de otra”, y siguiendo el derrotero de la “causalidad  lineal o unidireccional”. Pero:

este esquema […] ha […] resultado insuficiente. De ahí la aparición, en todos los campos de la ciencia, de nociones como las de totalidad, holismo, organismo, Gestalt, etc., que vienen a significar todas que, en última instancia, debemos pensar en términos de sistemas de elementos en interactuación mutua”.[4]  

En ese orden de ideas se ha señalado que el término “sistema” designaría a “todo conjunto organizado que tiene propiedades […] que no resultan aditivamente de las [de sus] elementos constituyentes”, de manera que presenta “características innovadoras”, “que no se encuentran en las partes o subsistemas”[5]. Para comprenderlo, entonces, “ha de examinarse la totalidad del sistema a la vez, como una entidad coherente”.[6]

Como es obvio, los organismos vivos constituyen por excelencia el ámbito de aplicación de la perspectiva sistémica, y no es de extrañar que ésta haya cobrado fuerza muy primeramente en la biología y otras ciencias de la vida. Esa circunstancia dio pie, de hecho, a que el enfoque adoptara una versión fuerte, organicista u organísmica (como diría Bertalanffy), por oposición a otras más generales y moderadas.  

Según Jane Jacobs, desde comienzos de los años 30 del siglo pasado:

cuando las ciencias de la vida estaban justamente en el umbral de desarrollar los métodos analíticos eficaces para tratar las complejidades organizadas, empezó a especularse -nos dice el Dr. Weaver- que, si las ciencias de la vida podían […] hacer progresos significativos en esos problemas, “surgirían excelentes posibilidades para extender estas nuevas técnicas, aunque solo como conveniente analogía, a vastas áreas del comportamiento y de las ciencias sociales”.[7]

Repárese en la advertencia de Warren Weaver: el nuevo enfoque podría fecundar muchos campos científicos, pero únicamente como “conveniente analogía”.[8] Como quiera que sea, Jacobs adoptó la perspectiva en cuestión con entusiasmo, como una vía para estudiar y comprender las ciudades, porque éstas constituyen:

problemas de complejidad organizada, como las ciencias de la vida [y] pueden descomponerse y analizarse en muchos problemas […] o segmentos de problemas que, como en el caso de las ciencias de la vida, también están relacionados unos con otros. Las variables son muchas, pero no son un batiburrillo; más bien están interrelacionadas en un todo orgánico.[9]

Vale preguntarse hasta qué punto se atuvo la autora de Muerte y vida de las grandes ciudades a la admonición de Weaver sobre el uso analógico de los conceptos de las ciencias de la vida. Más específicamente, hasta qué punto extendió a las ciudades la modalidad organicista de la visión sistémica. Como acaba de verse, aseveró que los procesos y problemas de las urbes se interrelacionan “en un todo orgánico”, y según Steven Johnson, “construyó una visión de ciudad que se correspondía con algo mayor que la suma de sus residentes, más próxima a un organismo vivo, con capacidad de adaptación”[10]. Sin embargo, parece no haber estudiado la ciudad -por lo menos no haberlo hecho expresa y consistentemente- aplicando las categorías procedentes de la concepción organísmica de los sistemas (categorías como las de sistemas abiertos y cerrados, retroalimentación, homeóstasis…). Tampoco utilizó esas nociones en relación con problemas urbanos específicos que examinó en su libro, como el de la seguridad en las calles[11], o el de los parques urbanos vecinales[12].

Lo que sí es un hecho es que no han faltado autores que se han aproximado mucho a una concepción organicista de las ciudades y las han abordado con categorías que han emergido, básicamente, del estudio de los organismos vivos o que se emplean mucho en él [13]. Sobre esa base, han visualizado las ciudades como sistemas que:

i) son abiertos, de manera que reducen sus niveles de entropía -la tendencia al desorden-, alcanzan y preservan ciertos niveles de organización interna y crecen, gracias a que mantienen relaciones de intercambio de materia, energía e información con su entorno.

ii) incorporan bucles de retroalimentación, en virtud de los cuales “una causa inicial se propaga alrededor de los eslabones sucesivos del bucle, […] hasta que el último ´retroalimenta´ el […] primer eslabón en que se inició el proceso”.

iii) experimentan dos tipos de retroalimentación: autoequilibrante (o negativa) y autorreforzadora (o positiva). La primera conduce a que el sistema encuentre el equilibrio “en un entorno variable (homeóstasis)”. La autorreforzadora “amplifica los procesos […] desencadenando una evolución en el comportamiento del sistema”, y llevándolo eventualmente lejos del equilibrio”. La combinación de las dos lógicas permite al sistema aprovechar la resiliencia que le proporciona la homeóstasis, y beneficiarse “de procesos de aprendizaje, adaptación y evolución […] hacia nuevas propiedades estructurales”.

iv) emergen de las “transiciones de fase” que afectan a determinados asentamientos y poblaciones a partir del momento en que los procesos de intercambio simultáneos, diversos y redundantes entre sus habitantes “comienzan a ganar en complejidad e intensidad […] hasta lograr una masa crítica tal que genera una evolución en la organización sistémica” -la condición urbana no dependería del tamaño del emplazamiento ni del número de pobladores, sino de la cantidad, la variedad y la intensidad de las interacciones e intercambios entre sus habitantes, y entre éstos y el entorno (una condición que guarda similitudes con la emergencia y el funcionamiento del cerebro humano).

Estos conceptos y nociones abren perspectivas e inspiran preguntas interesantes en relación con el fenómeno urbano. No obstante, para que rindan los resultados que parecerían ofrecer, habría que resolver varias cosas. En aras de la brevedad, sólo se plantearán dos:

El organismo vivo -señala Bertalanffy- es un orden jerárquico de sistemas abiertos. Lo que se impone como estructura duradera en determinado nivel está sustentado […] por continuo intercambio de componentes en el nivel inmediatamente inferior. Así el organismo multicelular se mantiene en y por intercambio de células, la célula por intercambio de estructuras celulares, éstas por intercambio de ingredientes químicos, etc.[14]  

No está claro cuáles serían, en las ciudades, los elementos constitutivos de los diferentes sistemas abiertos, el tipo de intercambios que se realizarían entre esos elementos, y la ubicación jerárquica de dichos sistemas.

Por otra parte, como afirma, una vez más, Bertalanffy:

tenemos amplio conocimiento de procesos fisicoquímicos que se dan en la célula y en el organismo, “pero aún después de la completa explicación de cada uno de los procesos, seguimos a mil leguas de entender el metabolismo total de una célula”. [De igual manera, tampoco] estamos en condiciones de definir [el] “estado de equilibrio” en procesos orgánicos complicados.[15]

Lo que revela esta última cita es que no solo existen dificultades para transponer a las urbes el modelo organicista, sino que éste mismo debe ser objeto de desarrollos en aspecto cruciales.

Con todo, es posible arribar a una conclusión consoladora. No es necesario acogerse a la concepción organicista de la ciudad para aprovechar las contribuciones de la visión sistémica a la comprensión de la misma. Sea cierto o no que las urbes combaten la entropía, que alojan bucles de retroalimentación, etc., el hecho es que la visión mencionada, incluso en sus versiones no organísmicas, tiene un poder de esclarecimiento muy grande, porque invita a colocar los procesos y problemas de la ciudad en el contexto de la totalidad y las subtotalidades pertinentes, y a abordarlos en función de sus interrelaciones y efectos cruzados con los subprocesos que los componen, y con los procesos que constituyen su entorno. 


(1) Jane Jacobs (2016-2006) teórica del urbanismo y divulgadora científica norteamericana de amplios intereses interdisciplinarios, se destacó por su activismo contra las inmisericordes políticas de renovación urbana que se implantaron en los Estados Unidos en los años cincuenta del siglo pasado.

(2) El planteamiento de Weaver está contenido en un trabajo “que merece ser reconocido como el texto fundador de la teoría de la complejidad”. Ver Johnson, Steven, Sistemas emergentes o qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software. Turner Publicaciones, S.L. / Fondo de Cultura Económica, Madrid - México D. F., primera edición (octubre de 2003), primera reimpresión (febrero de 2008), pg. 43.

(3) La descripción de las tres fases del pensamiento científico según W. Weaver está tomada de Jacobs, Jane, Muerte y vida de las grandes ciudades. Capitán Swing Libros, Madrid, segunda edición (noviembre de 2011), pp. 467 a 471, y de Johnson, Op. Cit., pp. 43 y 44. La última cita está tomada de Jacobs, Op. Cit., pp. 470 y 471. 

(4) Von Bertalanffy, Ludwig, Teoría general de los sistemas. Fundamentos, desarrollo, aplicaciones. Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, primera edición (1976), vigesimosegunda reimpresión (2018), pp. XVI y 45.

(5) Jovanovich, Olaf, Ciudad y Complejidad, https://www.vocesenelfenix.com/content/ciudad-y-complejidad

(6) Sennett, Richard, Construir y Habitar. Ética para la ciudad. Anagrama, Barcelona, 2019, p. 15. 

(7) Jacobs, Op. Cit., p. 471.

(8) En similar sentido ver Bertalanffy, Op. Cit., p. 35.

(9) Jacobs, Op. Cit., p. 471.

(10) Johnson, Op. Cit., p. 48.

(11) Jacobs, Op. Cit. pp. 77 y 78.

(12) Ibídem, pp. 472 y 473.

(13) La concepción de la ciudad que se reseña a continuación es, básicamente, la planteada por Sara María Boccolini en El evento urbano. La ciudad como un sistema complejo lejos del equilibrio, file:///C:/Users/user/Desktop/Dialnet-ElEventoUrbanoLaCiudadComoUnSistemaComplejoLejosDe-5746000%20(2).pdf 

(14) Bertalanffy, Op. Cit., pg. 166.

(15) Ibídem, Op. Cit., pp. 128 y 136.