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Rendición de cuentas 2019
Fernando Rojas Parra

Fernando Rojas Parra

Doctor en Historia, politólogo con maestrías en gestión urbana e historia. Consultor. @ferrojasparra

Pensar Bogotá en tiempos de pandemia


Edición Nº 2. Julio de 2020. Pensar la Ciudad
Autor: Fernando Rojas Parra | Publicado en July 20, 2020
Imagen articulo Pensar Bogotá en tiempos de pandemia

En su discurso de posesión, la alcaldesa Claudia López afirmó que había ganado en una ciudad, pero ahora debía gobernar en otra. En ese momento, López hacía referencia a las fuertes protestas sociales que vivió Colombia desde finales del año pasado. Pero a nadie se le cruzó por la cabeza que un virus iba a poner patas arriba al mundo, a Colombia y a Bogotá.

Bogotá recibió con esperanza la llegada de la nueva alcaldesa. Aquel discurso, pronunciado en un parque en el corazón de la ciudad y no en la tradicional plaza de gobierno, definió un tono y unas prioridades que marcaban cierta distancia frente a sus antecesores. 

Esas primeras semanas fueron un cambio en la forma en que comunicaba López, algo que distensionó a indecisos y hasta a sus opositores. La expectativa era total. Pero ahora la alcaldesa está al frente de una ciudad en donde la esperanza empieza a convertirse en un bien escaso.

El Plan de Desarrollo y el Covid-19

La llegada del Covid-19 se convirtió en un desafío de considerables proporciones. En ese marco se presentó, discutió y aprobó el Plan de Desarrollo Distrital “Un nuevo contrato social y ambiental para el siglo XXI.” Con un presupuesto de 109 billones de pesos para los cuatro años, distribuidos en cinco propósitos fundamentales, esta administración proyecta que “En el 2024 Bogotá se habrá recuperado de los efectos negativos dejados por la pandemia global COVID -19 en materia social y económica, capitalizando los aprendizajes y los canales de salud pública, solidaridad y redistribución creados para superarlos.”

No obstante, las urgencias sociales, económicas y de salud pusieron contra la pared lo proyectado inicialmente. Eso significó la reorganización de la inversión y las metas. Los megaplanes para los próximos años se vieron desplazados por las necesidades financieras y las acciones rápidas para atender la crisis. 

Es muy temprano saber si tendrá los ambiciosos efectos transformadores propuestos. Pero si se sabe que la situación post-covid será muy desafiante para Colombia y para Bogotá. Por ejemplo, la tasa de desempleo marzo-mayo de 2020 en la Capital fue de 19,2%, levemente menor que la tasa nacional (20,4%). Ahora, si la comparamos con el año inmediatamente anterior, tenemos un aumento de 8 puntos porcentuales, que en 2019 fue de 11%

Si a eso le sumamos el cierre de empresas, la pérdida de puestos de trabajo y la informalidad, la incertidumbre de los recién graduados y la deserción escolar por problemas económicos, estamos ante una verdadera bomba de tiempo. 

Integración Regional

Esta fue una apuesta importante de la alcaldesa Claudia López y del gobernador de Cundinamarca, Nicolás García. Con el regiotram de occidente, los estudios del regiotram del norte y una postura conciliadora de trabajo conjunto, se da forma a una alianza que puede ser positiva para la región, y que quizá desatore una relación que marcada por la desconfianza entre la capital y sus municipios vecinos. 

La aprobación por parte del congreso de un proyecto de reforma constitucional para crear la Región Metropolitana es un espaldarazo a ese esfuerzo. Tanto López como García se la jugarán por darle forma a esta figura y abordar de forma articulada los asuntos de movilidad, medio ambiente, planeación y desarrollo urbano, seguridad y servicios públicos, entre otros. 

Sin embargo, las particularidades de los impactos de la crisis, los graves problemas financieros y una agenda dominada por la emergencia, así como la proximidad de las campañas políticas, serán obstáculos difíciles de franquear. Además, la capacidad de los municipios de Cundinamarca de recuperarse de los efectos de la pandemia puede ser una traba adicional para la integración regional.

¿Para qué planear?

Esta es una pregunta que me da vueltas desde hace años. Bogotá le ha dedicado mucho tiempo a los planes. El arquitecto Alberto Saldarriaga Roa, en su libro Bogotá siglo XX. Urbanismo, arquitectura y vida urbana publicado hace ya veinte años, hizo un balance sobre los diferentes planes que ha tenido la ciudad: “entre 1923 y 1990 se elaboraron quince planes distintos para Bogotá, lo cual da un promedio general de vigencia de un plan de cuatro años y medio. Entre 1945 —Plan Soto-Bateman— y 1990 —Acuerdo 6— se formularon trece de esos planes, lo cual disminuye en este período el promedio de vigencia de un plan a tres años”. 

A estas iniciativas hay que sumar el POT de 1997, sus posteriores revisiones y compilaciones, y el proyecto de plan que negó el concejo en 2019. 

Esta miríada de planes redujo el efecto transformador de esta herramienta a una colcha de retazos, sin resolver los problemas de fondo de la ciudad: urbanización desordenada y extensiva; ausencia de un transporte público masivo, eficiente, seguro y digno; destrucción y/o deterioro de importantes zonas ecológicas; segregación social y espacial. Ninguno de ellos es de origen reciente. En cambio, son asuntos de larga duración para la ciudad.

Si bien esta es una reflexión frente al ordenamiento territorial, no distan mucho de los planes de desarrollo. Llevamos años trabajando con cartas de navegación que más parecen grandes listas de mercado, sin un mejoramiento sustancial de la calidad de vida de las personas. Aunque esto parece extremo y algunos reivindicarán logros de tal o cual administración, lo cierto es que, como lo demostró el coronavirus, Bogotá (y Colombia, por supuesto) es tremendamente desigual e inequitativa. 

Crisis de modelos

Si la planeación hace agua, los otros modelos que han orientado la gestión urbana y sus debates durante décadas también resultaron incapaces de responder a la crisis. Por ejemplo, la pandemia desnudó la fragilidad de la globalización. La rapidez de los flujos de capital y de información, así como la interdependencia que fomentaba la deslocalización, se vieron desbordadas por un virus que arrancó en China, pero que rápidamente paralizó al mundo y a su economía. 

Desafortunadamente, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) tampoco ofrecen respuestas concretas frente a este desafío. Como enunciados son maravillosos e inspiradores. Pero el coronavirus evidenció que más allá de definir unos indicadores, éstos no han transformado el cómo se abordan los problemas ni ha creado mejores herramientas para la gestión de las ciudades. La informalidad urbana y la desigualdad serán exacerbadas como resultado de esta crisis planetaria.

Un tercer ejemplo de esta crisis de modelos es el emprendimiento como estrategia de generación de empleo en las ciudades. En el mundo se vendieron millones de libros sobre este tema; importantísimos gurús dictaron conferencias y participaron en eventos de talla mundial enarbolando las banderas de ‘sea usted su propio jefe’. No es que esto no sea importante o esté mal. El problema es que la cuarentena mostró la vulnerabilidad de quienes emprenden y la indiferencia del Estado frente a ese riesgoso camino. Si paran las ciudades, la mayoría de los emprendimientos simplemente quiebran. 

Si los discursos que nos han vendido por décadas son ahora obsoletos, y los planes tampoco ofrecen respuestas, tenemos la obligación volver a imaginar a las ciudades y nuestro rol en ellas. Estamos ante la convergencia de crisis múltiples, que arremeten sin tregua contra la salud pública y el empleo formal y digno, y que amenazan con borrar de un plumazo décadas de cualquier esfuerzo en la lucha contra la pobreza. Para encontrar una salida, nuestras ciudades deben ser repensadas a partir de las lecciones dolorosas e imborrables que estamos padeciendo.