Fernando Viviescas M.
Arquitecto Urbanista. Master of Arts, University of Texas at Austin, USA.
Cuando llegó el Covid-19, la ciudad ya estaba allí
Edición Nº 1. Junio de 2020. Pensar la Ciudad
“¡…I can’t breathe…!”
George Floyd.*
“Las epidemias han tenido más influencia que los gobiernos en el devenir de nuestra historia.”
George Bernard Shaw.
Hace cien años la mal llamada “gripa española” (1918-1919) había causado muchos más muertos (alrededor de 50 millones) que el invento humano más bárbaro, más violento y, por tanto, más estúpido: la Primera Guerra Mundial (1914-1918) que “apenas” asesinó a 17 millones de personas.
Por esas mismas calendas la historia de nuestra especie estaba alcanzando a completar los dos primeros mil millones de hombres y mujeres viviendo al mismo tiempo sobre la Tierra con lo cual –tal vez sin que nadie se percatara pero como resultado de los avances en la medicina, la higiene, los sistemas sanitarios, en la infraestructura de abastecimiento y de evacuación de las urbes- se iniciaba el extraordinario proceso de crecimiento numérico de los humanos que en menos de un siglo se multiplicarían por casi cuatro veces, alcanzando hoy más de 7.800 millones, el cual llevaría a la configuración de las más grandes aglomeraciones de personas de que se tenga noticia, para constituir lo que Giuseppe Zarone llamaba “el sino de la humanidad”: la vida en multitud (más de cuatro mil millones de personas viviendo en ciudades).
A partir de aquella doble hecatombe se profundizó un rompimiento con las formas de existencia anteriores y los humanos nos abocamos a interactuar en aglomeraciones disímiles en tamaño y complejidad, para las cuales -como se ha demostrado un siglo después- todavía no estábamos preparados; aquellas que empezaba a determinar el mundo urbanizado: las metrópolis contemporáneas.
Ese desafío cultural fue el resultado de la transformación política más significativa que se ha presentado en la era moderna, después de la Independencia norteamericana y la Revolución Francesa.
No sólo se redefinieron los estados nacionales burgueses: sus determinaciones físico-geográficas y también las conceptuales y funcionales, sino que se instauró uno totalmente diferente que soportaba otra forma de concebir la sociedad entera: La Revolución Bolchevique instituyó el Estado comunista en Rusia a partir de 1917, con lo cual se abría la posibilidad de reformular de arriba abajo hasta el mismo concepto de la utopía social.
En Alemania, que había perdido la guerra –dejando atrás el imperio austrohúngaro–, luego de un intento fracasado de reeditar una revolución a la rusa, y como contrapartida a la misma, se generó la República de Weimar (1919-1933) en la cual iban a alcanzar las primeras expresiones coherentes las diversas fundamentaciones de la Modernidad que, conscientemente, pretendían dar respuestas a las inmensas y complejas demandas que se desprendían de la experiencia colectiva y generalizada de la vida urbana.
En el plano filosófico, retomando a Hegel, la humanidad asumió que era la especie menos dotada para la vida y comenzó a ser consciente de que dependía exclusivamente de su imaginación y creatividad para enfrentar la construcción de sociedad y abocar el diseño de las formas de vida dignas ligadas al desarrollo urbano.
Empezó a ser nítido que la técnica, la aplicación de la ciencia y el conocimiento, tenía sentido si contribuía a abaratar la fuerza de trabajo pero también a permitir que se liberara tiempo para el espíritu, para la sensibilidad y, así, el arte empezó a ser percibido como algo cercano a la gente: el teatro, la música, la pintura, la escultura, etc. comenzaron a ser parte de la cotidianidad.
Esa consciencia inmediatamente puso en contexto y le dio sentido al diseño como aquella dimensión creativa que, más allá del arte y de la ciencia, permitía crear los utensilios, los aparatos, los instrumentos, pero también los procedimientos y los procesos que posibilitan a los humanos superar su natural incapacidad para vivir:
De golpe todos los descubrimientos y aplicaciones de la ingeniería empezaron a poblar la vida cotidiana la cual, entre otras muchas revoluciones, dado que la mujer había alcanzado el poder de trabajar, se había transformado desde dentro de la casa hacia fuera, hacia la ciudad: hacia la calle, los parques, los bulevares, los teatros, las exposiciones.
Y la arquitectura se propone la más grande revolución: su destino ya no estará ligado exclusivamente a construir los grandes palacios, castillos o catedrales para las élites. Descubre que su labor es determinante para ordenar y cualificar el entorno de la ciudadanía y, de un lado, revoluciona el espacio interior de la casa de habitación y se inventa los grandes desarrollo habitacionales en los cuales encuentra albergue la creciente población mundial y, del otro, asume integralmente el espacio público como el ordenador natural de la espacialidad exterior de la sociedad urbana.
Como se sabe, esta revolución política y epistemológica quedó trunca por la ocurrencia de la Segunda Guerra Mundial, que destruyó las grandes ciudades europeas y, suspendida, tendría que esperar a que la reconstrucción después de 1945 obligara al mundo a retomarla en una perspectiva distinta.
Hoy, treinta años después del final de la Guerra Fría con el fracaso del llamado socialismo real y la caída del Muro de Berlín en 1989, que dejó como único protagonista del dominio en el mundo al neoliberalismo capitalista, desatado por el binomio Ronald Reagan-Margaret Thatcher al final del siglo XX, la pandemia del Coronavirus, paradójicamente, viene a demostrar la consolidación de la potencia política y cultural determinante de la ciudad, ahora en su versión metropolitana, madura y generalizada en todo el orbe.
Y es paradójica porque si bien una vez apareció el Covid-19 la única medida a la que se recurrió en todo el orbe, para aminorar la extensión inmediata y masiva de la infección y -hay que decirlo- de la muerte, fue el confinamiento: el abandono del espacio público de todos los centros urbanos, en ese mismo movimiento quedaba evidenciado el fracaso rotundo en el cual ha caído el capitalismo como forma de explotación y de dominación.
No sólo no se contaba en ningún país del mundo con los recursos terapéuticos –ni médicos ni hospitalarios ni sanitarios- para contener el virus sino que con el paro, producido por el encerramiento de la población, la economía se vino al suelo y los capitalistas empezaron a presionar y a saquear los Estado en todas partes.
Seis meses después siguen haciendo lo mismo y como el afán acumulador meramente rentista venía acabando en los últimos años con los centros de producción de ciencia médica, y en general de conocimiento, no se ve en corto tiempo la posibilidad de neutralizar al virus –no se descubre la vacuna ni el tratamiento médico- ni tampoco la manera de restablecer los marcos de explotación y comerciales que se tenían antes, ni ninguno que pueda garantizar la reedición de la sociedad en su funcionamiento “normal”.
Y así se va completando el marco político cultural que muestra a las muchedumbres urbanas como protagonista fundamentales, como demandantes ilustradas y conscientes, e ineludibles, de una revolución teórica y práctica en la concepción de la política y en la reformulación de la sociedad en su conjunto.
En efecto, la humanidad en multitud ha desnudado las tremendas limitaciones conceptuales de las ciencias sociales para su interpretación, al igual que ha rebasado todos los marcos de organización y de acción política tradicionales y contestatarios, porque ni en sus modelos procedimentales ni en sus marcos programáticos caben ni la complejidad ni la diversidad, ni la escala de las demandas que la población hoy identifica como la base de la existencia digna, individual y colectiva: el fundamento de un nuevo pacto social.
La ciudadanía contemporánea -los hombres y mujeres metropolitanos- muestra el desfase epistemológico y programático en el cual se encuentra hoy el mundo y la imposibilidad de salir del mismo por las vías de las políticas tradicionales.
Lo que está demandando la metrópolis contemporánea es una verdadera revolución político cultural, en la cual no sólo tienen que cambiar las formas de conocer sino, fundamentalmente, las maneras y prácticas políticas que permitan la apropiación de las capacidades de análisis y de razonamiento crítico por la mayoría de la población –en su ejercicio ciudadano- que afinen efectivamente la comprensión de los requerimientos de la ciudad respecto a las falencias y deficiencias que han quedado de la historia pasada, como en relación con los nuevos requerimientos que va creando la vida en multitud hacia el futuro.
Lo que evidencian las movilizaciones que se extendieron a todas las grandes ciudades de los Estados Unidos por el asesinato de George Floyd, a manos y rodillas de unos policías el 25 de mayo pasado, en Minneapolis, es que el peor virus que afecta a la población gringa no es el Covid-19: que persisten endemias mucho peores y más letales enquistadas en la sociedad desde hace siglos las cuales tienen que ser removidas porque destruyen a la humanidad como proyecto civilizatorio y nos avergüenzan ante las demás especies por su mezquindad y brutalidad.
Spike Lee, el director estadounidense de cine, lo plantea así: "We are seeing this again and again and again… This is the thing, the killing of black bodies, that is what this country is built upon.”.** Por ello el mundo urbano se ha lanzado al rescate de las calles y de los bulevares, de las avenidas y de los parques.
La generalización de este convencimiento, que ya ha liderado la extensión de las manifestaciones a muchas urbes del mundo, refuerza la potencia de la consciencia que ha venido consolidando la población humana de su identidad metropolitana y de lo que significa, para consolidar críticamente dicha entidad, pensarla, expresarla y compartirla sistemática y responsablemente en el espacio colectivo: aquel ámbito público, material y virtual, en el que se forja lo que nos determina a todas y todos.
Las nuevas formas de organización políticas tienen que ser plataformas, que como la ciudad, en tanto que cultura urbana, integren todos los aspectos del orden social: no sólo los económicos, que por supuesto tienen que estar porque tampoco el capitalismo ha dejado resolver las inequidades, sino también todas las lacras que como el machismo, la xenofobia, el racismo y los ataque a la naturaleza nos van dejando sin posibilidades de futuro civilizado.
Notas de pie de página
* “¡…No puedo respirar…!” (Mi versión, FVM). Ultimas palabras de George Floyd, antes de expirar.
** “Hemos estado viendo esto una y otra vez.. El asesinato de gente negra, éste es el punto: sobre sus cuerpos se ha construido este país...” (Mi versión, FVM). El cineasta esta respondiendo una entrevista de Don Lemon, en el programa Breaking News de la Cadena CNN, el 31 de Mayo de 2020 en la noche.