Ricardo García Duarte
Rector Universidad Distrital
Francisco José de Caldas
Cuídate, pero también libérate
Edición Nº 6. Noviembre de 2020. Pensar la Ciudad
En un artículo para El País de España, Paul Preciado llamó la atención sobre dos ideas antiguas y, sin embargo, muy contemporáneas, comunidad e inmunidad. Política la una, epidemiológica la otra; ambas contradictorias en sus efectos, pero nacidas lingüísticamente de una raíz común: el término latino munus. Así, communitas (comunidad) significaría cum-munus; esto es, ‘con un deber’; en tanto que in-munidad, querría decir: sin munus o desprovisto del mismo.
Por cierto, denotaba el concepto de un deber o de una donación. Motivo por el cual, la comunidad expresaría un vínculo que se contrae a través de lo que sería un obligación, un oficio o un cargo; mientras tanto, inmunidad podría llevar a la imagen de algo que está por fuera de esa entrega; y por tanto, a la idea de que el individuo dispensado de la obligación, además pueda ser objeto de un aislamiento para preservar a la comunidad, aislamiento éste que según Preciado podría llevar a un dominio mayor sobre los cuerpos de quienes son segregados, otra forma de incrementar el bio-poder, sugerencia ésta que supone una referencia clara a las tesis de Foucault, a propósito de esas formas sutiles pero efectivas del dominio social.
Comunidad e inmunidad: entre la ilusión y el control
Las evocaciones a la comunidad, a la inmunidad y a la biopolítica, las hacía el filósofo español para alertar críticamente sobre los riesgos que el coronavirus, su cadena de contagios y las propias medidas de prevención, podrían acarrear en el camino de una intensificación del disciplinamiento de los cuerpos, como modelo de una biopolítica, que afianza devastadoramente el control social, el mismo que cercena simuladamente la libertad. En otras palabras, la comunidad se vería disminuida en sus valores agregados, mientras la inmunidad daría paso al aislamiento y probablemente a una mayor alienación.
Para hablar de comunidad y de inmunidad, hacía referencia explícita al filósofo italiano Roberto Esposito, así como para el caso de la biopolítica citaba directamente a Michel Foucault, este último, una referencia ineludible cuando quiera que se hable de epidemia; o en el momento en el que se haga alusión a los enclaustramientos, como defensa contra ciertos ‘males sociales’, un método que surgió con la modernidad o con lo que él llamaba la ‘edad clásica’.
Roberto Esposito acepta, de entrada, la idea canónica, vigente desde los griegos, sobre comunidad; es decir, el concepto según el cual es ‘una pertenencia común sentida subjetivamente’; esa condición que empieza allí donde termina lo que es propiedad de cada uno.
No obstante, a contracorriente de los tradicionales enfoques comunitaristas, desentraña el núcleo conceptual de la comunidad, acudiendo al ya mencionado término latino munus. Su perspectiva lingüística destaca más bien la idea de un deber que es compartido por los que pertenecen a un colectivo y que encierra la condición de reciprocidad. Entonces, en la expresión original de comunidad, etimológicamente hablando, ésta no nacería de algo que se posee, como si fuera un fruto ya apropiado por el conjunto. Al contrario, en este último siempre aparecería un déficit, un vacío, necesario para que se realice el propósito de la existencia colectiva. Lo cual debiera conducir al cumplimiento de una obligación por todo aquello que falta. Lo que equivale así mismo a conceder un tributo o incluso a realizar un sacrificio.
Es esa obligación (munus), la que mantendría siempre abiertas las posibilidades de existencia de la comunidad, las que por otra parte nunca se agotan. No es un objeto que ya esté apropiado. Se trata de algo que falta, un hecho que impone las obligaciones, lo que le daría sentido a una comunidad, sea ésta urbana o nacional.
Comunidad, ética y ley
En el hilo del pensamiento moderno, ese sentido de comunidad lo encuentra el autor italiano en la ley, algo que escudriña primero en la obra de Rousseau, quien articula claramente los conceptos de comunidad y ley. Luego, Esposito aborda las reflexiones de Emmanuel Kant, el ilustrado, quien en un marco más amplio establece el nexo entre ley, ética y libertad. El filósofo de La paz perpetua, al hablar de la libertad, plantea el interrogante abismal acerca de cómo se daría la relación entre comunidad y ley. ¿Acaso la comunidad crearía la ley? No. La ley estaría antes de la comunidad.
Esa ley que está asistida por un sentido de norma profunda; que existe ‘antes, por encima y al lado’. Es lo que afirma nítidamente Heidegger, el pensador alemán que además plantea el hecho de que la comunidad supone un ‘habitar’; es decir, el hecho de compartir una ‘estancia’, poblada por el lenguaje, por la palabra que se dice y se escucha, un ‘coloquio originario’, que curiosamente precede a los miembros de una comunidad que al mismo tiempo está definida por ese munus; o sea, por la obligación, como compromiso de todos. Relación o vínculo del deber que da vida a la comunidad. Una relación que, a su turno, está constituida por una norma ética originaria y primordial, algo que permite al mismo tiempo la existencia de un grupo humano y de individuos separados. Los cuales de ese modo pueden coexistir bajo un marco ético común. Lo pueden hacer, tanto el colectivo como cada uno de los individuos; tanto la conjunción como la alteridad.
¿En la ciudad o en la nación, en la comunidad urbana o en la del país, quedan rotos los vínculos de unidad, por los avances de la enfermedad o el incremento de los contagios? Por otra parte: ¿el distanciamiento físico y el encerramiento llevan a un distorsionado disciplinamiento y a una mayor dominación social sobre los sujetos, es decir, a un reforzamiento de la sujeción a que éstos están sometidos? ¿Limitan la potencialidad de las subjetividades libres?
Ciertamente, la pandemia, con los miedos que entraña, deteriora los vínculos internos de la comunidad. Así mismo, los encerramientos y las prohibiciones de todo orden la lesionan, como entramado básico, como tejido esencial. Ayudan también a un disciplinamiento artificioso, enemigo de la alteridad, del nexo primordial con el otro, una situación que puede observarse a la luz de las teorías de Foucault sobre el bio-poder.
Sin embargo, en los cuidados colectivos e individuales que demanda la pandemia, puede hallarse también la huella de un deber, de una donación en favor de la comunidad que desfallece, sin necesariamente morir. Con lo cual siempre encuentra el horizonte de la supervivencia, a través del sacrificio. Es ese sacrificio, la práctica por medio de la cual cada uno se reintegra a la norma básica de carácter ético, esa que define a la comunidad; o, si se quiere, a la ciudad.
Preocúpate de ti mismo
Además, en la filosofía de Foucault no solo hay cabida para la crítica contra el poder que se ejerce sobre el cuerpo humano, a la manera de una anatomía política, en beneficio del control social y en perjuicio de la libertad. También hay margen para otra teoría, tan suya; la de ‘el cuidado de sí mismo’, una concepción que destaca el nexo entre el sujeto y la verdad.
El autor francés se sumergió arqueológicamente en un rescoldo vivo del pensamiento socrático, el que se traducía en esa enseñanza que indicaba: ‘preocúpate de ti mismo’. Era una reflexión más filosófica que moral; y mucho menos conocida que aquella del ‘conócete a ti mismo’. Pero quizá más relevante para la construcción de una subjetividad integral.
El preocuparse por uno o el cuidado de sí mismo querría decir en el universo socrático, no algo superficial por supuesto, sino el hecho de preocuparse por ‘la razón, la verdad y el alma’, según lo recuerda Foucault; un fondo de existencia que puede darse cita con la norma ética primordial de Heidegger, aquella que antecede a la comunidad pero que coincide al mismo tiempo con ella.
En consecuencia, si se validara la enseñanza de ‘preocuparse por uno mismo’, en el sentido de salir al encuentro de ‘la razón, la verdad y el alma’, es posible descubrir los resortes para reaccionar y encontrar en los deberes de cada uno la posibilidad de una resistencia transformadora; darle vida a los nexos éticos que se orientan hacia la verdad. Objetivo con el cual cabe reinventar la comunidad en una dimensión de mayor libertad. Sin dejar por ello de reelaborar los deberes, las donaciones o los sacrificios, potencias que deben anudar los vínculos con el colectivo, pero desde la libertad de cada individuo.
Por cierto, Sócrates hacía su convocatoria a los jóvenes, en la búsqueda de ‘la razón, la verdad y el alma’, a la manera de un llamado crítico, como si se tratara de una interpelación; no como un ejercicio coercitivo y menos como una protección paternalista. Más bien, lo hacía como una advertencia para el despertar mutuo, el del filósofo y el de los jóvenes: una invocación ritmada y razonada, en el plano del: ‘agúzate que te están velando’. No para adormecer o cohibir, sino para afilar el pensamiento crítico. Era su manera de construir ciudad.