Ricardo García Duarte
Rector Universidad Distrital
Francisco José de Caldas
El acordeón, el pico y la peste
Edición Nº 5. Octubre de 2020. Pensar la Ciudad
Cuando arribó la primera contagiada a la ciudad y se convirtió por artes de la mala suerte en un vector interno de la peste, ya esta última causaba estragos en Europa en donde escaseaban los ataúdes por el tendal de muertos, eran los meses de marzo y abril.
La Organización Mundial de la Salud decretó la existencia de la pandemia, lo que quería decir que el virus en expansión no respetaba fronteras y escapaba a los límites de sus epicentros iniciales, sin que se pudiera detectar ya el rastro que seguía a los primeros contactos humanos, antes detectables.
Entonces, las autoridades distritales procedieron al más grande y estricto simulacro de confinamiento, de modo que el ensayo gigante preparara a los habitantes para un encierro severo, pero incierto en su duración, a fin de cortar con prontitud las posibles cadenas de transmisión, en condiciones de extenderse. A reglón seguido, el gobierno nacional hizo lo propio, ordenando un confinamiento sin reveses ni dobleces para todo el país.
Casi de inmediato, surgieron las discrepancias, a propósito del manejo de la cuarentena, entre el poder administrativo nacional y el distrital. En realidad, la pandemia suscitó contradicciones en distintos lugares del mundo, entre los responsables políticos de la ciudad y los del Estado a nivel nacional; así sucedió por ejemplo entre el alcalde de Nueva York y el presidente en Washington, este último ciertamente dueño de una actitud especialmente relajada en el campo de los cuidados contra el virus y sus peligros de muerte.
El Estado nacional y la ciudad ofrecen instancias específicamente distintas para la determinación de políticas públicas, en aquello que tiene que ver con su alcance; con las competencias en cabeza de un alcalde o de un jefe de gobierno; y con el monto de los gastos a erogar.
Claro está que, si se trata de enfrentar problemas que afectan a todo un país, las políticas públicas necesariamente tendrán líneas de coincidencia, no importa si emanan del gobierno nacional o de la autoridad local. Por fuerza tendrán que orientarse en una dirección similar para superar la misma situación crítica. Los encerramientos o el reforzamiento del sistema hospitalario tendrán que ser medidas compartidas por las diferentes instancias político-administrativas.
Para frenar el contagio, los gobiernos y los responsables de la salud contaban con las operaciones de rastreo y con los testeos masivos, en busca de los individuos y las zonas de transmisión; también disponían de las campañas públicas para favorecer el lavado de manos y el distanciamiento físico. Y entre sus instrumentos de incidencia social contaban sobre todo con el enclaustramiento forzado de la población; este último el expediente más indicado y más factible al principio de la peste, cuando el dispositivo para los rastreos y las pruebas es aún precario.
Pero las cuarentenas, entre más generalizadas y duraderas lo sean, más afectan a la economía. Ayudan a atajar la onda de la transmisión del virus, pero interrumpen los circuitos del mercado, y con ellos los de la producción, por lo que inmediatamente acarrean el colapso social, sobre todo con la disminución del empleo.
Un aislamiento que probablemente disminuya los contagios y las muertes que llegan por el virus, al mismo tiempo, cierra abruptamente la economía. Provoca un cortocircuito que da nacimiento a un dilema o a lo que podría denominarse también una situación-límite, algo que por cierto pone a prueba a los tomadores de decisiones (decision-makers).
¿Un falso dilema extremo?
Se trata de una situación-límite, en la que no hay solución óptima, a veces ni siquiera buena; por lo que consecuentemente los gobernantes quedan obligados a escoger entre alternativas; todas ellas, cargadas con algunas implicaciones negativas, a menudo graves.
Con el ascenso de los contagios, se hacía más crítica la situación para la toma de decisiones; razón por la cual muy rápidamente se fracturó la relación entre el gobierno nacional y el de Bogotá. No por el sentido en el que se orientaban las decisiones, las relacionadas con la cuarentena; sino por su intensidad, por su alcance y sus límites.
En ese dilema que se formó entre salud y economía, la “ciudad” parecía escoger la primera opción; mientras la “nación” aparentemente se inclinaba por la segunda.
Mientras la ola del contagio se mantuviera en alza, el dilema parecía ineludible e imponente. Solo que la experiencia mostró que, estadísticamente hablando, la transmisión del virus trazaba una curva, primero en un sentido ascendente y luego descendente. Alcanzaba un pico, luego del cual se pronunciaba hacia abajo.
En consecuencia, podían preverse aperturas y flexibilidades en el aislamiento; era posible atenuarlo, para recuperar la economía y mitigar el desastre social. En realidad, las políticas de dicho aislamiento podrían tener el ritmo y la forma de un acordeón que se encoge o se estira según crezca o disminuya el nivel de la propagación.
En otras palabras, la alternativa no era de vida o muerte; no de suma cero; del todo o nada; sino más bien de suma mixta, según el lenguaje de esa concepción económica y matemática que habla de los “juegos” y sus matrices. En la medida en que se avizorara un pico en la propagación, o más exactamente una meseta, era factible prever la apertura económica, sin por ello ser enemigo de la vida; o, al contrario, sostener simultáneamente restricciones en la actividad pública, sin estar poseído por la mala voluntad de dañar la producción económica.
No era cierta la existencia del dilema en una dimensión extrema. El descenso del contagio abre las posibilidades para la recuperación de la economía, sin descuidar las operaciones de rastreo y la realización de pruebas; sobre todo ante la amenaza de los rebrotes que ya se anuncian.
En los momentos del acordeón extendido, cuando ha pasado el pico, conviene el reencuentro de políticas emanadas, tanto de la ciudad como del gobierno nacional, para reactivar la economía y recuperar el empleo, en medio de una situación alarmante de deterioro, como que el PIB experimenta una caída de casi el -8%, mientras el desempleo ha cobrado un ascenso aterrador del 21%.
No hay que desconocer que se vislumbran, con la apertura del acordeón desplegado, indicadores de cierta dinámica en el comercio, la producción industrial y la construcción. Es una razón suficiente para un empeño común en aras de un crecimiento económico, sin abandonar los cuidados y las alertas en el combate a la peste, una misión doble que invita a la concertación entre el Estado nacional y la ciudad; o mejor: las ciudades.