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Javier Omar Ruiz A.

Javier Omar Ruiz A.

Colectivo Hombres y Masculinidades

Licenciado en Educación (Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín), posgrados en Educación (Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú), especialista Gerencia Social (ESAP, Bogotá). Cofundador del Colectivo Hombres y Masculinidades (1994). Educador Popular. javieromarruiz@gmail.com  

Hombres y ciudades. Una urbana identidad (política) de género


Edición N° 11. Junio-Julio de 2021. Pensar la Ciudad
Autor: Javier Omar Ruiz A. | Publicado en June 28, 2021
Imagen articulo Hombres y ciudades. Una urbana identidad (política) de género

El mismo callejón oscuro es para las mujeres oportunidad para ser abusadas; para los hombres, oportunidad para demostrar su hombría. El hecho que un callejón esté oscuro y lo haya sido por años, responde a un modo masculino de ver las lógicas de una ciudad y definir sus prioridades. 
Esta referencia, entre tantas con similar sentido, devela los alcances de un tipo de orden masculino instalado como hegemónico en la dinámica urbana.

Veamos cómo se desarrolla.

1.    Una biografía

Los seres humanos están anclados a una biografía que da cuenta de sus características biopersonales, las correspondientes a su orden familiar histórico y las de su entorno social y material.

Así mismo, las ciudades tienen una biografía, un determinado lugar en un orden social y una manera de ser, acorde con la historia de las que hacen parte. 

Estos dos enunciados abren la posibilidad para señalar que los seres humanos y las ciudades, que en su hacer configuran, son coexistentes.
Los seres humanos se constituyen como ‘hombres’ y ‘mujeres’ –en el amplio espectro de sus diversidades y diferencias– porque culturalmente se les adjudican códigos para ser de determinada manera, unas lógicas genéricas para narrarse desde un lugar social-ciudad establecido. Esto quiere decir que las lógicas de género, en la medida que demarcan a hombres y mujeres, también demarcan el perfil genérico de las ciudades que les contienen. 

Las ciudades, y por supuesto los lugares no-ciudades, operan en claves de género que existan como hegemónicas en un momento dado: en nuestro caso las patriarcalizadas. En ellas lo ‘masculino’ como prototipo (y los hombres, en quienes se asienta este determinante) está en lugares de poder simbólicos, materiales, políticos, entre otros, respecto a las mujeres, en quienes se asienta la narrativa de lo femenino como lugar de subordinación. Así, las ciudades son ordenamiento estructural y sistemáticamente cotidiano del relato patriarcalizado de lo masculino. 

Pero las ciudades no son solo patriarcales, también las cruzan otros sistemas que, en tanto articulados, configuran su identidad: el capitalismo, el racismo y el coloniaje epistemológico, por nombrar solo tres.

Por ello, vale indicar que el patriarcado no es un sistema autista, tampoco un satélite desconectado del universo de sistemas. Estando en su biografía haber establecido la desigualación originaria entre hombres y mujeres, a lo largo de la historia y a modo de sistema parásito de otros, ha sido base para que otros sistemas de opresión establezcan las desigualdades subsiguientes y correspondientes a cada sistema social (modos de producción: esclavismo, feudalismo, capitalismo). 

En esa línea, se trata de un patriarCapitalismo proporcional a la biografía de un país como Colombia.       

Esta simbiosis, que remite a unos modos hegemónicos de pensar y hacer sociedad, marca las relaciones humanas: entre hombres y mujeres, entre hombres, y entre mujeres. También marca las relaciones con la naturaleza, los modos de ser ciudad y las posibilidades de ejercer ciudadanía: ser democracia, ser territorio rural o urbano, ser ciudad. 

Así, el patriarCapitalismo define el tipo de ciudad: las relaciones genéricas que necesita y el tipo de productividad que necesita. Por ello, el trabajo doméstico asignado a las mujeres no suele ser pago o sobre los más desposeídos se recargan los circuitos de transporte -sus lugares productivos- o se aparta a la cultura de la idea de desarrollo. 

Esta simbiosis se configura como un orden social preferente desde lo masculino patriarcalizado. Ello implica que los derroteros de tal orden transitan por ejercicios abusivos de poder, autoritarismo y prácticas violentas fácilmente imbricadas desde la figura o representación de lo ‘guerrero’.

Además de ello, y por ello, el diseño urbano no solo es androcéntrico, también es antropocéntrico. Allí la especie humana -y de ella los hombres-, en el eje de las concepciones urbanas, las dinámicas citadinas y el modelo económico y político. En este sentido la razón, menos empática y más racionalista, entra a ser conjugada a favor del hombre y de su convencimiento de que otras vías de saber sobre la ciudad y hacer ciudad (como la que se forma desde el ámbito emocional y la sensibilidad) no deben entrar en su agenda de ‘hombre’, también enmarcada en la heteronormatividad donde otra decisión no es posible, solo el binarismo.

Este panorama apunta a que es al orden masculino al que se le asigna la capacidad para lo estratégico y estructural, para la ejecución de horizontes políticos hacia ser y hacer gobierno; y por supuesto Estado, ni más faltaba. En esta dinámica, entonces la economía (proveeduría), la defensa, las leyes están allí siendo parte de lo masculino y desde lo masculino, para erigir la institucionalidad y la res pública. En todo este entramado las mujeres son advenedizas.

Ahora bien, en la simbiosis de estos sistemas no todos los hombres están del mismo modo representados. Los ‘ninguneados’ no caben del todo en el marco masculino hegemónico de clase. Juegan en las mismas lógicas patriarcalizadas, pero no todas estas les representan, tampoco en el orden del capital, en el que juegan perdiendo.  

Esto significa que los hombres están cruzados por jerarquías diferenciales donde el poder se administra según clase social, etnia, preferencia sexo-afectiva, racialidad, entre otros ámbitos de lo social. A escala, cada hombre hace parte del sistema de pensamiento y es praxis del patriarcado masculino desde su lugar en la escala. Así son los modos de ser y estar en la ciudad, así las afectaciones diferenciadas en lo material, físico, mental, moral, espiritual y ético. Para las mujeres, desde su estar en la base de la gran pirámide patriarcalizada de género, las afectaciones son mayores. Entonces nuestras ciudades dan lugar, de manera precaria, a las múltiples ciudadanías de género.  

Las ciudades cuentan con su propia biografía de género en la constelación de historias que definen lo urbano. 

2.    Una fotografía

Acá hay cuatro momentos de ciudad, en distintas ciudades, de cara a las lógicas masculinas hegemónicas que las configuran.  

La ciudad física es una de esas fotografías. En ella, identificamos la impronta masculina (según lo asignado por la cultura en esta categoría), en tanto ciudad diseñada en clave expansiva, mirando a lo extensivo, invasiva respecto a los que podrían ser límites puestos por la naturaleza, desconsiderada y nada compasiva con la administración de las distancias ni los tiempos, calles para el preferente transcurrir de los hombres, estéticas ‘des-cuidadas’, de ‘estructuras’ en vez de arquitecturas, cuadriculada, centrada hacia un parque/plaza como experiencia exclusiva del hacer político/administrativo. 

Esas ciudades han sido creadas para el protagonismo de lo masculino y de los hombres, para sus desempeños y sus desafíos: luminarias escasas, parques desprovistos de acogimiento, canchas de fútbol por todas partes, callejones en ratonera, aceras para caminar como experiencia extrema, velocidades, atascos, discotecas ciegas, edificios falo-simbólicos, monumentos a hombres, calles con nombres de hombres.

Ciudades que trazan rutas de transporte con destinos a donde opera el capital, y de soslayo, a los lugares de cuidado y educación. Ciudades como sumatoria de viviendas a las que se les ha mezquinado al máximo los espacios; nada que ver con ser nichos afectivos, tampoco los centros de salud ni educativos; planes de ordenamiento territorial vistos desde la perspectiva de hombres al servicio administrativo de la plusvalía. 

Una segunda fotografía hace parte de la ciudad política, con prioridades para los hombres y sus prototipos simbólicos, planes de desarrollo a su imagen y semejanza frente a los cuales las mujeres deben luchar de manera permanente por su presencia en plenitud y no como si fueran añadidas. 

Una ciudad donde las representaciones de lo político y lo público están asociadas al orden masculino patriarcal (a veces en su corriente liberal, pero en otras en su apuesta más retrógrada). Lo privado, sin estar por fuera de esta impronta, representa la subordinación respecto a la sobrevaloración económica del trabajo “productivo” del afuera, desde un adentro (hogar) en el que la plusvalía social y política no se reconoce (económicamente) por estar en el ámbito reproductivo. 

Así, más que ser el cuidado la base ética de lo social, va a ser el control, la autoridad, la vigilancia, y con los dineros públicos, la corrupción. 

En ese orden de ideas, son ciudades con políticas públicas masculinizadas, en las que los derechos de las mujeres son una ‘adición’. 
La ciudad administrativa sería una tercera fotografía. En ella es posible reconocer a una ciudad que exige un modo de ser administrada: por los hombres, ‘a lo hombre’, teniendo ‘bien puestos los pantalones’, y desde códigos administrativos encriptados en lo masculino. 

A pesar de la ubicación de muchas mujeres en cargos públicos, se encuentran con   lógicas masculinas del poder en su administración. Cuando no lo hacen, el sistema las elimina o cuando más, les permite operar con anexos en letra menuda.

Y una cuarta fotografía, más reciente, una con panorámica a todo el ámbito nacional. Una que registra un proyecto político en clave de guerra permanente que, como país, tenemos a la espalda y que ha hecho de la lógica más retrógrada del patriarcado, su modo de hacer país. 

Se trata del uribismo, que como corriente política se erige en venganza por el asesinato de un padre, constituyéndose Álvaro Uribe como figura paterna dispuesta a defender sus ‘buenos muchachos’, mientras trata de ‘mis hijitos’ a las comunidades o regaña a los díscolos de “si no se callan, los callamos” o de “te pego en la cara, marica” si se le contradice.

Sin embargo, si solo fuesen estas casi anécdotas, sería algo tan pasajero como el turbayismo o el pastranismo: irrelevantes. Más que una disidencia dentro de un partido, ha sido y es un proyecto político de país, de gobierno y de Estado, claramente anclado en la lógica más reaccionaria de lo patriarcal, la más conservadora del modelo capitalista.

Así, ante el padre ausente (uno más en el usual ausentismo de los padres en un país patriarcal), la figura compensadora de un líder tipo ‘mesías’, fuerte de carácter, belicoso, caballista (domesticador), autoritario, personalista, resulta reparadora y justiciera. Como el necesario papá que pone orden, disciplina (incluida en la crianza) y seguridad, además de ser quien determina qué hacer y no hacer (“por el que diga Uribe”). En este orden las mujeres son secundarias, obedientes, aduladoras, veneradoras (cuadro del “Corazón de Jesús”); un panorama patético del patriarcado en la política.    

Adicional a ello, viene un componente adicional que completa este proyecto, ilegítimo para el capitalismo formal, pero de buen usufructo: la línea ‘narco’.

Además del aporte económico, suma a un proyecto que no puede ser más prototípico de lo macho: la proveeduría ilegal, el todo vale, se vale ser vivo, y el típico “eso se resuelve a bala”.

Así las cosas, se coopta al Estado y todas sus instituciones (incluido el paralelismo militar), además de aparatos ideológicos (iglesias cristianas, por ejemplo), sobre la base de un modelo económico agroindustrial y extractivista, un sistema de género patriarcal de la más rancia estirpe que, centrado en “el gran colombiano”, hace ostentación de mezquindad, indolencia y soberbia.

3.    Un portal

El nombre del ‘Portal Américas’, del transporte público en Bogotá, ha sido cambiado por el de ‘Portal de la Resistencia’ en medio del estallido social de mayo, mes que ha sido un portal donde ciudades colombianas se replantean como nunca, a partir de los acontecimientos de amplia profundidad. 

En primer lugar, la pandemia del COVID-19, condujo a la reformulación de las dinámicas urbanas para abrir campo a otro modo de estar en la ciudad. Lo público -llámese las calles- como territorios privilegiados para el estar de los hombres, quedaron en remojo entre alcoholes, desinfectantes y miedos. Los hombres sintieron quedarse confinados en las casas entre dinámicas domésticas desconocidas que fueron estresantes y cuestionadoras de sus roles tradicionales masculinos.

La proveeduría -determinante central de la masculinidad patriarcalizada-, continuó en declive, dejando a los hombres desprovistos de un código identitario que dejó de jugar a su favor en la imaginación personal y de camaradería. 

Así las circunstancias, las violencias contra las mujeres se incrementaron. Los y las jóvenes acrecentaron el convencimiento de haber estado toda la vida en la crisis de la ‘informalidad’. Los miedos de los hombres se atosigaron en las gargantas, su salud mental, emocional y física continuó empobreciéndose. Masculinidades precarias en precarización.   

En segundo lugar, el paro nacional y el estallido social subsiguiente, abrió un portal que todavía no muestra su horizonte, pero que está latente de modo especial en todas las ciudades del país. 

En la consecución de todo este proceso se resignifican muchos de sus códigos. Allí el derribo de estatuas es un acto metafórico; renombrar lugares, es la rebeldía. Transformar los Centros de Atención Inmediata (CAI) en bibliotecas, es la proyección de un hacia dónde ir, o quemarlos, un acto para saldar deudas. 

Por otro lado, las plazas y avenidas llenas de puños en alto, primeras líneas, actividades artísticas, enfrentamientos, y paredes narrando otras palabras y representaciones, indican que otras lógicas de estar en la ciudad/país, se están queriendo abrir camino. Como un parto social. 

En esta tarea, los y las jóvenes son activamente protagonistas al interpelar cara a cara el proyecto uribista de país. Ya sin miedo, como insisten en decirlo, han recuperado la palabra propia -pese a la sangre de por medio, desgraciadamente-, la memoria que se ha querido eliminar, y han puesto a marchar su propia historia en contravía del simbólico “padre de la patria”. Para ello han reiterado su rebelión contra el relato uribista de país, justamente desde todas las ciudades y centros urbanos colombianos. (Los campos estuvieron en la anterior narrativa).  

La necesaria y urgente ruptura con el “padre” está costando sangre, pero ya la generación joven no tiene ataje. Las cientos de consignas contra los referentes del modelo político y patriarcal hegemónico se han hecho coros imposibles de detener en la imaginación de millones: “Uta, uta, uta, Uribe el hijueputa”, “Esmad violador”, o la canción “el violador eres tú”, son algunos ejemplos.   

La biografía colombiana patriarCapitalista de país parece no tener que seguir siendo el destino.  

Desde el campo de hombres que vienen trabajando críticamente sus masculinidades, dando continuidad en muchos casos a las rutas de rebelión abiertas por los movimientos de las mujeres y feministas, se abren camino en muchas ciudades. La apuesta es construir colectividades de hombres (e incluso mixtas) en torno a masculinidades favorables a acciones transformadoras del ser hombres. Pueden ser bajo distintos nombres, ya nuevas masculinidades o masculinidades alternativas, corresponsables, no violentas, liberadoras, libertarias, anti patriarcales, insurgentes, cada proceso irá marcando su vía de renovación hacia el propósito generación de ciudadanías de género contra-patriarcales, contra-capitalistas, decoloniales, y mejor, si la ruta de construcción de ciudades, se piensa a partir de los paradigmas Sur-Abya Yala.   

Referencias Bibliográficas

Dalmazo, Marisol y otras. (edición). Bogotá sin violencia hacia las mujeres: un desafío posible. ONU – Hábitat Programa Ciudades más Seguras, Alcaldía Mayor de Bogotá. Bogotá, 2010.

Dalmazo, Marisol, (comp). Violencias basadas en género y ciudadanía de mujeres: abordajes sobre las violencias hacia las mujeres en Bogotá. Asociación de Vivienda, Red Mujer y Hábitat A.L. – AVP. Bogotá, 2011.  

Faur, Eleonor. Masculinidades y desarrollo social. Las relaciones de género desde las perspectivas de los hombres. Unicef, Bogotá, 2004

Muñoz, Darío.  "Masculinidades bélicas como tecnología de gobierno en Colombia". En: México La Manzana, Edit. Benemérita, Universidad Autónoma de Puebla.

Pineda, Javier. Masculinidades, género y desarrollo; sociedad civil, machismo y microempresa en Colombia. Ediciones Uniandes, Bogotá, 2003.

Ruiz, Javier Omar. Masculinidades posibles, otras formas de ser hombres. Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2013.