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Ricardo García Duarte

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Rector Universidad Distrital

Francisco José de Caldas

Inconformidad juvenil y resignificación de la ciudad


Edición N° 12. Julio-Agosto de 2021. Pensar la Ciudad
Autor: Ricardo García Duarte | Publicado en July 30, 2021
Imagen articulo Inconformidad juvenil y resignificación de la ciudad

La agitación social, la del Paro Nacional, nacida del descontento popular, tuvo como escenario a las ciudades o, dicho de un modo genérico, a la ciudad: a sus calles y plazas; y a las explanadas, allí donde la multitud se congregaba para afirmar su contra-poder, ilusorio o real. Lo hacía en todo caso, para construirse pasajeramente como sujeto colectivo; una fugacidad que era revertida por cada nueva convocatoria, por esa repetición de la movilización callejera: “el paro no para”, proclamaban los manifestantes. Como si en la onda prolongada de la protesta navegara la existencia misma del agente nuevo, el dueño de una acción que consigue repercusiones en la estructura económica, política e institucional; que se hace escuchar; o, para decirlo de otro modo, que tiene un impacto en la sociedad civil y en el Estado. Una acción que, por alguna razón, buscaba crecer en densidad, encontrar un efecto de intensidad, mediante la “colonización” de específicos territorios en el espacio urbano.

Movilización y fijaciones territoriales

Así, cada movilización, muy pronto derivó en una especie de asentamiento geográfico. Las convocatorias se convirtieron en la toma colectiva de ciertos sitios, una ocupación, con la cual, los distintos grupos o los individuos movilizados procedían a una apropiación simbólica del sitio; a la operación que depositaba en estos los sentimientos comunes, acompañada de un discurso expedito que exponía reivindicaciones compartidas.

En Cali, casi todo acaeció en la “Loma de la Dignidad”, zona en la que la masa juvenil ha vertido en cada encuentro la voluntad de hacerse reconocer como sujeto portador de unas inquietudes, como denunciante de unas inequidades; eso sí, sin la cristalización aún de un proyecto que cuaje en alguna forma institucionalizada de acción política.

En Bogotá, los lugares más reiteradamente escogidos, los más colonizados en cada protesta colectiva, fueron el Monumento de los Héroes, situado en el norte acomodado de la ciudad; y así mismo el Portal de las Américas ubicado en el sur, cerca de Kennedy, una localidad popular y populosa.

No fueron pocas las manifestaciones que se dieron cita en los Héroes, monumento memorioso de las batallas que sellaron la independencia americana. Por cierto, se trató de actos multitudinarios animados por agrupaciones teatrales y musicales, algo que les comunicaba un toque de fiesta. A su turno, en el Portal de las Américas, como al comienzo en Suba, las constantes concentraciones incluyeron una participación más vehemente, más decididamente beligerante, si se quiere. En ambos casos, fluía una especie de ánimo de subversión simbólica, respecto de la referencia funcional que cada lugar tenía como destino. Como si se procediese a una inversión de significados, para que en la memoria colectiva, alcanzase otro sentido.

La finalidad del primer sitio es puramente conmemorativa y pertenece al orden monumentario. Se trata de una enorme pieza, geométrica y voluminosa, que se alza para exhibir en sus muros los nombres de batallas y de héroes republicanos. La del segundo, lejos de servir como un homenaje conmemorativo, posee una funcionalidad urbana, en la medida en que es una de las estaciones de Transmilenio.

Las concentraciones en los Héroes, antecedidas desde 2019 por manchones de pintura arrojada por distintas personas, han ido en la dirección de borrarle su condición de homenaje permanente a los acontecimientos fundacionales de una nación republicana, acontecimientos y personajes que de hecho aparecen ya borrosos y quizá vaciados de sentido, a los ojos de unas generaciones llenas de insatisfacción social y pobladas por unos imaginarios entrecruzados, en los que las élites fundadoras quedan asociadas con las contemporáneas, las mismas que controlan un poder que les es ajeno a dichas generaciones.

Respecto del segundo lugar, el Portal de las Américas, la intención colectiva parece dar cabida a la crítica demoledora contra una modalidad del transporte urbano que desde hace un tiempo ha evidenciado algún déficit en el servicio, después de haber sido un símbolo de progreso material, sustituto del caótico transporte urbano, que estuvo tipificado por la guerra del centavo.

Simbolización y protesta 

La evolución de los dos lugares había experimentado de alguna manera la disminución de su eficacia simbólica. El Monumento de los Héroes ya no recogía la devoción republicana de los ciudadanos, si es que alguna vez obró como su recipiente. Por otro lado, Transmilenio, dadas sus actuales limitaciones, ya no era la infraestructura que resumiera el orgullo de los usuarios. al menos no el de los jóvenes que resienten los costos de sus tarifas y las incomodidades de sus sobrecupos.  

Las circunstancias no podrían ser más propicias para que la multitud, con las marcas de su movilización, quisiera introducir cambios en el poder de significación, propio de la geografía urbana. La evocación de la fundación republicana y su gesta bicentenaria debería dar paso a una nueva heroización, vinculada ésta con el activismo contemporáneo y con sus reivindicaciones, quizá más palpitantes para la inconformidad juvenil.

Así mismo, el transporte masivo, con sus buses articulados y sus estaciones, debería perder su calidad de referente, en tanto solución de la movilidad, para darle curso a una nueva modalidad, por ahora incierta y nebulosa, dotada con mejores elementos funcionales y financieros. 

En medio de la protesta política y social, los manifestantes incorporaron un frente de combate, más bien de carácter simbólico, el mismo que se relacionaba con unos nuevos significados en la ciudad. Y que son vinculados con valores tales como la resistencia, la libertad o la dignidad; para oponerlos a un estatus quo, cuya fisonomía, en la intensidad de los choques y la movilización, queda asociada negativamente con la acción policial y sus abusos.

Identidad y resignificaciones urbanas

Lo que se abre camino no es otra cosa que una disputa en el campo simbólico, en medio de la cual, transita la construcción de un sujeto colectivo, ese que aspira a convertirse en fuerza alternativa; y que quiere hacerlo a través de una cartografía urbana que refleje el poder ideológico de uno u otro actor social sobre ciertas zonas de la ciudad. 

Esta cartografía emergente tiene como referentes unos lugares -suerte de fijación territorial- en los que florecen imaginarios antes inexistentes. En realidad, es un trabajo colectivo que debe desembocar en la construcción de una identidad

El topos, el logos y el pathos; esto es, el lugar, la razón y la pasión, se unen por hilos ocultos en la configuración de esas nuevas identidades, un horizonte de todos modos quebradizo; y lo hacen al calor de una movilización que es, por otra parte, explosión de necesidades sociales. Una explosión más o menos espontánea, en cuyo interior se labra esa gestión de la resignificación urbana; y en la que no solo interviene la acción misma, sino también las representaciones musicales, los performances, los grafitis, las consignas y las denominaciones recién descubiertas para algunos puntos geográficos: todo un lenguaje que es un juego de significaciones para hacer germinar los imaginarios propios de un mapa identitario, en trance de ser diseñado con la arenga, la acción y la expresión.

Solo que, en la pasión y la razón, esas que van envueltas en la acción, viajan los comportamientos anómicos que debilitan los imaginarios éticos. Es el caso del hecho violento, del daño material contra los bienes públicos o de la afectación a otros ciudadanos. Su efecto es la deslegitimación parcial de la propia acción colectiva, esa que no solo busca conquistas sino identidades; un efecto que menoscaba la eficacia simbólica de la movilización y la participación en el territorio, en tanto operación colectiva para las nuevas identidades. Las cuales se alzan asociadas con la libertad y la dignidad, valores cultural y moralmente generalizados que, sin embargo, han perdido mucho de su consistencia; y que, revigorizados, harían crecer la ciudadanía. 

En ese vaivén entre lo que enaltece y lo que degrada; entre los nuevos imaginarios éticos y el ataque que destruye el espacio político, más que el físico; en ese curso de las contradicciones propias de la acción de masas, se abren camino las nuevas identidades. Aquellas que se forjan en la tensión interna entre la “sociedad caliente”, la de los cambios; y la “sociedad fría”, la de las estructuras rígidas; como lo diría el etnólogo Claude Levi-Strauss.