Óscar A. Alfonso R.
Docente Investigador, Maestría en Economía del Desarrollo Metropolitano y Regional de la Universidad Externado de Colombia.
La guerra a la pandemia, otra que se pierde
Edición Nº 7. Diciembre de 2020. Pensar la Ciudad
La incertidumbre extrema es el sentimiento que gobierna el estado de ánimo de la humanidad, en razón a que se desconoce la naturaleza del SAR-Cov-2 y cómo enfrentarlo eficazmente. Se sabe qué, por su causa, algo más de un millón de personas han fallecido y que la vida de millones de personas está en juego.
Es cada vez más frecuente qué, cuando los científicos no están en capacidad de ofrecer respuestas categóricas a las explicaciones que se les demandan, aflore la polarización, aupada, generalmente, por políticos dotados con variedad de medios para formar y deformar opiniones.
Las sociedades se fragmentan, y si no lo estaban como en nuestro caso, terminan por hacerlo, y en tal contexto la gente opta por resolver las disyuntivas a la manera como sugiera su orientador político. En todo el mundo, los profesionales formados para encontrar un norte han terminado enlagunados en modelos y en no pocas ocasiones se han encargado de dar señales contradictorias. En el intertanto, los científicos sociales que tienen algo que aportar han sido excluidos, mientras que la inmensa mayoría ha permanecido expectante.
El olvido del carácter global de la pandemia, casi un pleonasmo, el odioso saber de los políticos y las alternativas que jamás serán tenidas en cuentas componen este artículo, cuyo propósito fundamental es, como diría Mario Calderón, alentar a la gente de la ciudad a dejar el pesimismo para tiempos mejores.
¿Qué es lo global de la pandemia?
Pensar localmente para actuar localmente ha sido la regla de la mayoría de los gobiernos nacionales y subnacionales, a pesar de que, si hay algún fenómeno que transgreda con facilidad las fronteras nacionales y que sea común a cualquier sociedad, ese es la pandemia.
Tres son los rasgos globales de la pandemia.
El primer rasgo es anacrónico. Consiste en la existencia de un poderoso eje negacionista que, en la práctica, invita a la relajación del autocuidado porque sus voceros han acuñado el dogma de que los negocios deben seguir operando normalmente, así sea con trabajadores enfermos. Para estos, quien no vea el mundo de esa manera es parte un grupo de alienados por los alarmistas, quienes creen en las cuarentenas prolongadas para defender la salud de los trabajadores, aún a costa del cierre persistente de algunos establecimientos como, de hecho, ha ocurrido.
El segundo rasgo es ambiguo. En la primera semana de julio, cientos de científicos del mundo, liderados por Lidia Morawska, reclamaron a la Organización Mundial de la Salud que incorporara la transmisión aérea del coronavirus como vía de contagio, a lo que accedió semanas después la OMS, aunque con cautela y a regañadientes. Buena parte de esos científicos había advertido entre abril y mayo de la existencia de al menos 31 modelos de pronóstico con sesgos protuberantes y con precaria representatividad estadística, aunque con atractivos como el de ofrecer aplicaciones on line.
Producto de ello, algunas metrópolis del mundo modificaron la manera de contar los casos, lo que desencadenó un crecimiento en las defunciones. Muchos de esos modelos siguen intactos, y son empleados por políticos interesados en dar mensajes equívocos sobre el número reproductivo del coronavirus con ese tipo de respaldo.
El tercer rasgo es de autismo. Mientras en muchos lugares se envían señales de la inconveniencia del retorno a los colegios, de los riesgos crecientes de ciertas modalidades de apertura de espacios privados y cierre de espacios públicos, los tomadores de decisiones se niegan a levantar la mirada hacia el resto del planeta. Prefieren repetir manidas frases como “todos saldremos de ésta” o, una más sofisticada como “quebraremos la curva entre todos”. A diferencia de los que se han decidido por el trasegar errático en su mundo oculto, los gobernantes que mejor han aprendido las lecciones de la pandemia tales como Jacinta Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda, han sabido generar nuevas habilidades para sí mismos y para sus gobernados, las mismas que hoy se erigen como su principal garantía de no contagio y supervivencia.
Científicos y políticos
Prolongados esfuerzos de cientos de acreditados científicos han sido dilapidados por los políticos desde hace mucho tiempo y en no pocos lugares. La represión de Stalin a los científicos es un ejemplo emblemático. A cambio, le entregó a la humanidad el embuste de las bondades del sometimiento de los granos a tratamiento criogénico antes de ser sembrados. Y qué decir de Mao y su cruzada contra los gorriones en defensa de los granos para los pueblos de la China. Al final, más hambrunas y más violencia.
“En salud, ustedes mandan, pero no saben” es el título del inquietante manifiesto con el que 55 academias científicas españolas se han dirigido recientemente al gobierno y, en general, a los políticos que, investidos de los poderes para velar por la salud pública, toman decisiones públicas que afectan negativamente la salud.
En nuestro medio hay una ruptura formal entre los investigadores sociales y los gobiernos. Quizá esto se deba al mito de que todo el que descubre algo pertenece a la oposición y, a renglón seguido se le inscribe, generalmente sin elemento de prueba, en alguna corriente ideológica.
En tal ambiente de desconfianza, la conducta esperable de los políticos que manejan el Estado de acuerdo con su voluntad y no con la guía de sus órbitas funcionales en mente, es rodearse del personal de confianza, de aquellos que comulguen con las líneas partidistas y que no se atrevan a contrariarlos. Este es el Estado mediocre, el que se maneja de acuerdo con la voluntad política de los inquilinos temporales de los palacios gubernamentales.
El camino a la derrota y algunas alternativas
Los feroces rebrotes del coronavirus en otras latitudes del globo terráqueo del que hacemos parte anuncian que lo peor está por venir.
El centralismo político, de manera similar a como los generales que imparten órdenes a diestra y siniestra hasta comprobar que la obediencia debida de sus coroneles fue la causa de las derrotas, no sin antes dejar los campos de batalla bañados con la sangre de miles de cuerpos de quienes otrora fueron héroes de la patria, encara con las mismas armas de costumbre, las del clientelismo, a un enemigo del que no sabe nada. El modelo se cierra con la corrupción, alguna aflora a la luz pública, pero la mayor proporción se mimetiza en los entramados burocráticos del modelo territorial de Estado.
El campo de batalla escogido para librar los combates es el menos propicio para enfrentar la pandemia. Una guerra se gana eligiendo las escalas adecuadas, allí en donde es posible vencer al enemigo, esto es, atender oportunamente al enfermo y exultar al sano. Las aglomeraciones de humanos ocurren en las metrópolis, en las cabeceras municipales densamente pobladas, y son sus alcaldes con su autonomía política y administrativa los llamados a tomar las decisiones más idóneas para enfrentar la pandemia.
Departamentos de Colombia y localidades de Bogotá, por ejemplo, son las peores unidades de observación estadística. Debido a su heterogeneidad estructural, desde la perspectiva que se les mire, son inadecuados referentes espaciales para decretar cuarentenas, toques de queda y desescaladas, y menos aún como para que en el futuro se decida emplearlas para priorizar la vacunación.
Con elevada significancia estadística, nuestros modelos permiten identificar en que municipios de Colombia y vecindarios bogotanos hay mayor propensión a que ocurra el rebrote y, de tomarse con ello las medidas acordes, se postergará la aparición de la cresta de la curva de contagio, se ganará tiempo y se salvarán vidas.
Seguir esperando pasivamente el rebrote letal, impartiendo a destajo consignas de autocuidado, haciendo caso omiso de la sociología de la vivienda infame como determinante de la violencia intrafamiliar y de la indisciplina ciudadana es, cuando menos, más de lo mismo. Hay que prever, no meramente reaccionar tardíamente, pues llorar sobre el muerto o maldecir la mala suerte, son las vías de escape de los perdedores.
Y claro, los virólogos y los infectólogos tendrán que seguir haciendo su trabajo, ojalá cada vez mejor como en Uruguay, con la colaboración de los científicos sociales. Unos y otros conocen que el coronavirus se propaga por las vías respiratorias, por la boca, las fosas nasales y los ojos, que las personas menores de 40 años son el grupo etario que porta en sus biomarcadores el gen responsable, y que en el subgrupo de 30 años está el mayor contingente de propagadores, por ejemplo. También que hay supercontagiadores entre ellos, esos que casi que con su mirada matan.
Hacia ellos hay que dirigir una política activa, sin discriminar como lo han hecho con quienes peinamos canas o ya ni siquiera las tenemos.