Carlos Vicente de Roux
Ex concejal de Bogotá
La inseguridad y la ciudad
Edición N° 14. Octubre-Noviembre de 2021. Pensar la Ciudad
Los efectos de la inseguridad son muy diversos y de mucho alcance. Uno de ellos es el de las limitaciones que impone al uso y el disfrute de la ciudad, que atentan contra la naturaleza de la misma.
La discusión sobre qué define a la ciudad y a lo urbano es de nunca acabar, lo que se explica porque se trata de fenómenos en permanente desarrollo y mutación. Sin embargo, hay algunas ideas asentadas al respecto. Según éstas, lo que caracteriza a ese fenómeno no son factores como las actividades a que están dedicados quienes habitan en el asentamiento (industria y no agricultura, por ejemplo) o el número de personas que lo forman en proporción al área que ocupan (hay una enorme dispersión de esa medida entre las distintas ciudades), sino la intensidad y la frecuencia de los contactos y los intercambios que se dan entre los citadinos si se las compara con los que ocurren dentro de la población rural. Como ha escrito Sara M. Boccolini: "la condición urbana de las aglomeraciones en el territorio se genera cuando, partiendo de un conjunto de elementos simples, la intensidad de intercambios es tal que se producen procesos de innovación y desarrollo de gran diversidad gracias a ellos: [l]os procesos de diversificación e innovación –económicos, pero también políticos, sociales, culturales– son producto de los intercambios intensos, múltiples y simultáneos que solo pueden ocurrir en un centro urbano" (1).
Ello se presenta, según la autora en cita, en la medida en que las “actividades en el territorio comienzan a ganar en complejidad e intensidad de intercambios […] hasta lograr una masa crítica tal que genera una evolución en [su] organización sistémica”, una “transición de fase”.
En la creación de la densa malla de interrelaciones que caracteriza a la ciudad, el espacio público y sus anexidades –el transporte público, los establecimientos abiertos al público…– juegan un papel transcendental, pues son el medio conector entre las personas, ya porque circulan a través de él para encontrarse, ya porque se encuentran, justamente, en él.
Pero a causa de la multiplicación de los delitos contra las personas y los bienes que se cometen en el espacio público y sus extensiones, millares de individuos tienden a restringir sus salidas y sus desplazamientos, para solo hacer los que les imponen sus obligaciones, o sus necesidades más importantes. Y aquí caben precisiones como las siguientes:
i) El problema afecta más a las mujeres que a los hombres. Son sorprendentes los resultados de las investigaciones sobre el porcentaje de aquéllas que se abstienen de salir solas, o incluso de salir acompañadas, por miedo a lo que les pueda pasar. Ese temor se relaciona, en alta proporción, con el riesgo de ser irrespetadas o agredidas por su condición de género, pero con seguridad interviene también la zozobra que produce el panorama delictivo en general.
ii) La inseguridad tiene un impacto mayor en las horas de la noche: tiende a ser devastadora para la vida urbana nocturna.
iii) La multiplicación y la distribución espacial de los delitos reconfigura los esquemas mentales referidos al espacio que orientan los desplazamientos por las diferentes zonas de la ciudad y en ese sentido, la desvertebra. Sobre esos esquemas, David Harvey escribió que el ciudadano típico suele “trasladarse desde un punto focal (o nudo) a otro a través de caminos bien definidos”, lo cual conduce a que "existan grandes áreas de espacio físico que no son utilizadas y que incluso son desconocidas por los individuos. De [allí] se deduce que deberíamos pensar en la organización de una ciudad con los útiles analíticos de la topología en lugar de hacerlo con la geometría euclidiana. [Se ha sugerido] también que ciertas características de la ambientación física crean “bordes”, que el individuo no traspasa generalmente. [Y se ha afirmado] que en una ciudad se pueden delimitar algunas áreas […] que […] parecen constituir vecindades características. En algunos casos, estas delimitaciones se pueden atravesar fácilmente, pero en otros pueden hacer las veces de barreras que dificultan el tránsito en la ciudad" (2).
Los esquemas mentales aludidos guardan relación con fenómenos de segregación y exclusión, pero la geografía de la inseguridad les impone, indudablemente, su sello.
iv) Finalmente, la pérdida de seguridad afecta a fondo la dimensión lúdica de la vida urbana y el aprovechamiento placentero de las horas de ocio. Ciertas zonas son especialmente evitadas a pesar de los encantos que pueden ofrecer (como los que suele proporcionar el centro de las urbes). La noche, que es el tiempo extra laboral por excelencia, tiende a quedar sometida, como se insinuó, a un toque de queda autoimpuesto. La oferta de espacios para la socialización distendida y de líneas de desplazamiento para deambular en paz, en soledad o en compañía, se reduce ostensiblemente –y no se crea que esa clase de socialización carece de incidencia en la vida política, cultural, comercial y comunitaria–.
La inseguridad, pues, apaga en cierta medida las ciudades. Cuando el delito cunde, y con él el miedo, el universo urbano entra en la deriva de convertirse en un inmenso conjunto de puntos de origen y destino de los que los citadinos no pueden prescindir (el domicilio, la oficina, la tienda, la fábrica, el despacho público, el colegio, el hospital…) pero queda desprovisto, en un fuerte sentido, del ámbito intermedio, el espacio público y sus anexidades, una de las principales plataformas de la densa interacción social que ha hecho de la ciudad uno de los inventos humanos más potentes y maravillosos.
Referencias
(1) Boccolini, Sara María, El evento urbano. La ciudad como un sistema complejo lejos del equilibrio, file:///C:/Users/user/Desktop/Dialnet-ElEventoUrbanoLaCiudadComoUnSistemaComplejoLejosDe-5746000%20(2).pdf
(2) Harvey, David, Urbanismo y desigualdad social, Siglo XXI Editores, sexta edición en español, Madrid, 1979, pgs. 28 y 29.