Carmenza Saldias Barreneche
Ex secretaria de Hacienda y Planeación de Bogotá
La sociedad urbana en la encrucijada
Edición Nº 1. Junio de 2020. Pensar la Ciudad
El mundo antes del Covid19
Al comenzar la segunda década del siglo XXI, el presente de la humanidad se debatía entre aprender de las lecciones del pasado o jugarse los restos en una apuesta negacionista de los riesgos por venir. Excepto para un 1 por ciento de la población, en el mejor de los casos para un 5 o 10 por ciento, es probable que esa vida fuera buena. Aunque no ideal, ya que la realidad brutal de una crisis latente y creciente debía incomodar la fácil cotidianidad de los dueños de la riqueza.
El año 2019 terminó en medio de una nueva ola de agitación social en ciudades y campos, en particular de América Latina, donde millones de personas cansadas de esperar la materialización del derecho a un presente y futuro digno y sostenible, denunciaban y pedían acción efectiva sobre las causas y consecuencias del cambio climático, la pobreza, la inequidad, el desempleo, la informalidad, la exclusión… evidentes en las calles, barrios y poblados que habita la gente real.
Entre tanto, las elites gobernantes en lo público y lo privado seguían decidiendo de cara a sus intereses de corto plazo, personales, grupales, partidistas o sectoriales, e impulsando modelos que solo favorecen un desarrollo selectivo de sus pares.
Y mientras los discursos políticos alimentaban la fantasía de que los gobiernos trabajan para la gente, los medios de comunicación se llenaban de anuncios sobre elevados montos de recursos para importantes contratos de construcción de monumentales obras en las urbes de cada país, y de titulares sobre las billonarias transacciones de dinero que se realizan a diario en las Bolsas de Valores y mercados de capitales, que ocurrían en un plano muy distante de la vida cotidiana de las mayorías.
Así mismo, la expansión desordenada de las áreas urbanas, la destrucción de zonas agrícolas por extraer minerales o su transformación para producir biocombustibles y no alimentos, el consiguiente desplazamiento forzado de comunidades en todo el mundo y la perdida de sus tierras, la precarización laboral, el crecimiento delirante de los mercados de bienes y servicios no esenciales, o la venta de autos, eran los indicadores del progreso que alentaban una ilusoria y efímera celebración.
Un evento glocal
Solo la ciencia ficción imaginó que esta tensión se resolvería, no por la vía de una revolución, de un gran evento nuclear o de un objeto venido del espacio, sino por la aparición de un organismo de escala infinitesimal, resultado del cambio climático, la pobreza, el hambre y la inequidad, que llevan a millones a comer animales salvajes, mientras otros botan miles de toneladas de alimentos o, sencillamente, no cosechan por falta de infraestructura, logística o rentabilidad.
Entonces, apareció el Covid-19 y se hicieron visibles, no fueron causadas por este, las carencias ignoradas por tradición y atendidas solo marginalmente por intereses electorales, que subsisten de mantener en la pobreza a sus clientelas; y se hizo evidente la fragilidad construida por la manera como se piensan y gobiernan desde las ciudades hasta el planeta.
En una suerte de paradoja, justo cuando el progreso parecía llegar a la cúspide de lo posible, se ha confirmado qué tan fácil es derrotar la soberbia humana. Porque todo el conocimiento y tecnología actual no fueron suficientes para impedir que la Pandemia ocurriera. Aunque es indiscutible que son fundamentales para construir la solución y, anticipando el futuro, para disponer y expandir al máximo las plataformas actuales que atienden la coyuntura y que soportarán la transición -de la economía industrial a la de servicios, de las plantas empresariales a los hogares y de los canales físicos a los virtuales-, puestos a prueba con intensidad durante esta insólita época.
Los responsables del Gran Confinamiento
Y si algo pone en cuestión este panorama es la responsabilidad de los gobiernos y organismos multilaterales, de las élites financieras, económicas y políticas que orientan las decisiones estratégicas, sus objetivos y prioridades, que parecerían no estar alineados con las realidades socioeconómicas y ambientales de las poblaciones y territorios reales.
De una parte, porque desestimaron riesgos y subestimaron amenazas, conocidas desde hace años -un virus estaba entre los pronósticos-, como lo hacen, entre otros, con los asociados al cambio climático. ¿Por qué no actuar a tiempo y cómo es debido? Algunos países, incluso, cancelaron los recursos para sostener investigaciones críticas sobre la materia.
De otra, porque a pesar de los indicios y probabilidades, los tomadores de decisiones, usualmente negacionistas, los ignoraron de manera conveniente para el corto plazo de sus pequeñas aspiraciones y con mayor irresponsabilidad de cara al presente y futuro de la sociedad global y local. En la situación actual, no es exagerado sostener que los tomadores de decisiones han preferido invertir más en guerra que en salud, y más en negocios que en dar bienestar general.
En consecuencia, el encierro radical, general e indefinido de la población es necesario porque el sistema de salud, local, nacional y global es insuficiente para atender de manera simultánea más allá del 10 por ciento de la población, lo que obliga a contener la propagación del contagio como única forma de evitar la presión o colapso del sistema, que podría derivar en más muertes, no sólo por el virus, sino además por inasistencia, mientras aparecen tratamientos efectivos y vacunas. Y eso, a pesar del enorme monto de recursos que maneja el sector de la salud y de las millonarias utilidades que reciben cada año las industrias farmacéuticas.
Queda demostrado que ante las amenazas del siglo XXI poco o nada puede hacer el Estado guerrero, con su aparataje de defensa y seguridad, su discurso armamentista, ni su enorme capacidad de ejercer violencias. Contra la amenaza de un virus, todo eso es irrelevante. Y este es el primero de impacto global, pero como este, vendrán más.
¿Una nueva sociedad del cuidado?
Tal vez el costo a pagar por las malas decisiones y las prioridades invertidas sea la economía del negocio y la muerte, que hasta ahora han primado sobre el planeta y la vida.
Algo de razón tienen quienes dicen que se paró la economía, aunque solo fue la economía del casino, la ganancia excesiva, con precio, pero sin valor, fácil, rápida. Y la de producción y consumo de bienes y servicios insustanciales o innecesarios, suntuarios y contaminantes, no siempre limpia, ni de justo pago al trabajo, ni de cumplimiento con los tributos. Se paró por mucho tiempo, o definitivamente. Mientras dura la Pandemia, ¿quién podría cobrar más de lo que algo vale? Y si se aprende a vivir y prosperar en un sistema solidario, ¿para qué y en beneficio de quién regresar al pasado de especulación y lucro exagerado?
Pero la economía tiene otras caras… y si hay grandes máquinas y enormes almacenes detenidos, también hay una dinámica renovada en la economía doméstica, que siempre existe, y que ahora se intensifica y propaga en millones de pequeñas instalaciones reconvertidas de lugares de habitación, en escenarios para la recreación y consumo, en espacios de trabajo y producción, migrando entre lo real y virtual, ganando décadas al futuro e impulsando la economía virtual con potencial innovador, que ahora entrará por la vía de los hogares y los incorporará en sus cadenas.
La economía del cuidado, que incluye el sector salud, las cadenas agroalimentarias, el transporte, los servicios públicos y sociales, la pequeña y diversa actividad comercial o de producción de bienes y servicios básicos, a nivel barrial y local; se revaloriza y potencia su aporte, en tanto sectores y actividades que no han parado, no paran, ni van a parar, porque son la economía real y el soporte concreto de la vida.
Es tiempo de pensar de manera responsable, ¿se trata de regresar a un modelo de sociedad que destruye el planeta? En tal caso, sería mejor que el virus contribuya a destruir ese sistema que no protege la vida, antes de que ésta se extinga por mantenerlo. O se trata de una crisis ¿temporal?, ¿definitiva?, que tal vez se pueda convertir en una oportunidad para que la humanidad aproveche el momento y reflexione, recapacite y mude de camino.
Tenemos suficiente evidencia de que para el planeta es posible, como ahora, prescindir de la especie humana y convertirla apenas en espectadora asustada. Ya se ha visto cómo el mundo sigue su movimiento eterno, de amaneceres y anocheceres, de cambios de colores a lo largo de minutos y horas, de temperatura en las noches y de clima con el paso de los días. Con o sin humanos, la vida continúa en el planeta.
Parece que llegó un momento de prueba para esta especie, que se llama a si misma sapiens, ver si logra redefinir su rumbo para recuperar su armonía con la naturaleza, repensar el modelo de vida urbana y el sistema de relaciones socioeconómicas y políticas que lo recorre, y tomar una senda de bienestar no tan rápida y ostentosa, pero si más cuidadora: que supere y deconstruya los valores patriarcales de la violencia y la guerra -el fracaso de la política y de la negociación entre iguales-; y recupere la esencia femenina del cuidado para convertir en valores universales de mujeres y hombres la igualdad, la libertad, la solidaridad, la equidad, la responsabilidad, de una sociedad madura que garantice un presente y futuro mejor.
Porque para seguir viviendo como todo venía, no habría hecho falta un largo confinamiento. Lo que está por superarse no es el virus, es el sistema humano que lo genera.