Juan Carlos Del Castillo
Doctor en Urbanismo de la Universidad Nacional Autónoma de México
Las ciudades no se suicidan… es lo primero que hay que pensar
Edición Nº 1. Junio de 2020. Pensar la Ciudad
Frente al problema de que las colmenas humanas están fallando se empieza a ventilar el discurso de las ciudades inteligentes. El malestar físico y psíquico del ser humano del siglo XXI es palpable e inocultable, como también lo es el malestar biológico del planeta. Y frente a esto y bajo la espada de la crisis sanitaria se oyen ciertas voces. Por un lado se afirma con convicción que la nueva característica del ser humano es su mutación a un ser biopeligroso. Por otra parte se afirma también con vigor que habrá futuro si otras colmenas excepcionales, creadoras de otros seres portadores ellos sí de inteligencia artificial y sin riesgos de contagio, de estrés y de fatigas, toman los controles de mando.
Y la visión para un nuevo mundo es que el humano común y biopeligroso deberá estar vigilado, controlado y dirigido por las poderosas organizaciones de la inteligencia artificial mediante chips, plataformas y algoritmos. Es la nueva y última retórica del poder económico y simbólico. Lo que en otros lenguajes se reconocería como la última versión de la postmodernidad capitalista. Subsidiario de este discurso es esa otra narrativa de la enajenación y la alienación: el mundo de los objetos inteligentes. El teléfono inteligente, el vehículo autónomo, el dron inteligente, la movilidad inteligente, el robot inteligente. Ya se habla hasta de “cuarentenas inteligentes”. Pero no para ahí, ahora vamos de lleno al discurso de las ciudades inteligentes.
Algunos críticos han expresado el temor- no infundado - sobre un posible escenario laboral y de vida en un mundo productivo diseñado bajo este perfil: millones de operarios procesando la bigdata en las enormes bodegas y talleres de los gigantes informáticos tipo Google, Facebook, Alibaba, Baidu; otros ejércitos de trabajadores clasificando y empacando las mercaderías que brotan de los sistemas robotizados; otros manipulando paqueterías en las gigantescas bodegas de las empresas de mercadeo tipo Amazon; otros surtiendo contenedores y drones y distribuyendo artículos en bicicletas, motos y furgones a otra masa enorme de consumidores confinados y auto protegidos de sus congéneres biopeligrosos. Y finalmente, en las oficinas públicas, burócratas sobreexcitados comprando y activando plataformas y aplicaciones de los gigantes informáticos para detectar y controlar a los humanos anómalos.
Y las otras ciudades del mundo que no hacen parte de esta cadena eficiente de la inteligencia artificial, serían el “basurero humano”; la concentración de las colmenas de “irrelevantes” y desplazados de este sistema de producción y de consumo. Pero esta imagen desagradable, esta suerte de última temporada de Black Mirror, ha quedado congelada casi por un semestre. Y hemos visto otro rodaje y hemos sido testigos de otra trama y otro libreto, por fortuna.
Lo que era inimaginable, sucedió: los aviones no asaltaron más los cielos, los buques cargueros y los cruceros salieron de los mares, automóviles y buses no volvieron a las calles, los trenes no cruzaron más los territorios, los misiles y las bombas dejaron de arrasar ciudades, y una gran parte de habitantes del planeta tuvo que volver al refugio de sus casas y sus hogares. Pero no por el estallido de la tercera guerra mundial ni por una catástrofe climática global. Fue un cambio fuerte de planes por una crisis sanitaria, que ha alimentado entre otros, el nuevo imaginario del homo sapiens biopeligroso, pero que también ha servido de nutriente para otros relatos más positivos.
Qué otras cosas se han pensado
El confinamiento global, la frenada en seco de la economía y la pausa en la cotidianidad y las actividades de millones de personas, obligó a pensar en tres cuestiones fundamentales.
En primer término, en las tareas y operarios esenciales e imprescindibles para la sobrevivencia de la especie en esta nueva obra del teatro trágico. ¿Qué y quienes fueron esenciales para este escenario de crisis? Esta ha sido una de las preguntas y de las comprobaciones claves y esclarecedoras. En segundo término planteó con mucho vigor el cuidado como una actitud responsable; cuidado tanto del sujeto, como de la familia, de los amigos, de la sociedad, de la naturaleza, así como el del nido o el espacio vital e íntimo, Descansamos por fin unas semanas de la retórica insoportable del minucioso “cuidado por los inversionistas” Y en tercer lugar, planteó el problema de la solidaridad y la cooperación para la convivencia, como herramientas esenciales para salir de la crisis.
Lo esencial entonces afloró y tuvo que ser reconocido. Y fueron precisamente los personajes más humildes y las tareas menos prestigiosas, así como las actitudes menos cultivadas y más extrañas en las cumbres del poder, como el cuidado, la solidaridad y la cooperación, lo que se ha afirmado como lo esencial y más inteligente a la hora del juicio final.
Se ha pensado también que desmovilizar, desmercantilizar, descontaminar, desarmar y decrecer, son ideas inteligentes porque proponen revisar esa enorme fatiga del metal que nos agobia. Y alienta también a cooperar entre humanos con una mayor y mejor sensibilidad a la que suele tener el mercado y el estado. No son ideas atractivas ni inteligentes para los gigantes informáticos y del mercadeo, o para las industrias del armamento, del turismo o de los automóviles, o para las cofradías secretas de los inversionistas, corredores de bolsa, banqueros y mafiosos. En su ser y sentir, son las ideas irracionales de la destrucción.
Pero en realidad esta forma de inteligencia y sensibilidad no intenta demonizar y condenar la revolución científica y tecnológica que ha marcado el último tramo de la evolución y la historia humana. No proponen instaurar una nueva inquisición ni levantar nuevas hogueras para quemar a supuestos herejes. No se trata de volver al pasado ni de alentar un aurea negacionista. Se trata de revisar una crisis ecológica, ambiental, humana y social que se precipitó y está presente.
Se trata de pensar comunidades, relatos, inteligencias y poderes relativos, vulnerables e inciertos ante un universo desconocido y aún inaprensible. De explorar una ecología de la naturaleza, pero también una ecología de la convivencia y una ecología íntima del ser y de su espacio vital. Y no es la vuelta a pasados idílicos o fatídicos, sino a la aventura a pensar futuros inciertos, pero desde otras latitudes.
Las gentes en los balcones cantando y bailando, los músicos mostrando la magia de la creación colectiva aunando la pericia individual, los grupos familiares reuniéndose virtualmente, los niños y padres haciendo tareas imposibles o magistrales, las personas sensibilizadas por el sentimiento del cuidado, al prójimo y así mismo, a su espacio, pero también al adulto, al niño, al indefenso, al desgraciado, al desposeído y al solitario, mostraron que hay algo más que humanos biopeligrosos.
La crisis sanitaria ha recordado el malestar físico y psíquico del ser humano del siglo XXI. Mostró que la versión terminal de la posmodernidad capitalista dejó tirados en la lona a millones de seres humanos, ahuyentó a millones de no humanos, e inundó al planeta y su estratosfera con una espectacular masa de desperdicios. Mostró también que los gigantes hacedores de la inteligencia artificial siguen obsesionados por la alianza y la cooptación de los poderes públicos para controlar esa enorme masa de consumidores y electores que deben ser diseñados y vigilados por su modelo de inteligencia.
Pero es posible otro tipo de “ciudades inteligentes”? Es posible otras formas de inteligencia humana, alternativas a la que se cultiva y se cosecha en las cumbres del poder del mercado y del estado? Hay la sospecha y sugerencia de que eso es posible. Por eso es bueno atender la voz de Borges:
El porvenir es tan irrevocable/ como el rígido ayer./ No hay una cosa que no sea una letra silenciosa /de la eterna escritura indescifrable / cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja de su casa ya ha vuelto./ Nuestra vida es la senda futura y recorrida./Nada nos dice adiós. Nada nos deja./No te rindas. La ergástula es oscura.
Las ciudades no se suicidan, no se rinden, porque la cárcel de los esclavos en la antigua Roma, la ergástula, es oscura y triste. Los cónsules y senadores henchidos de gloria y de poder, no oyeron la voz del esclavo que cantaba: No vale ser el más diestro, no vale ser el más fuerte; siempre el que muere es aquel que vino a buscar la muerte. Y en las ciudades hay derecho a pensar la vida sin negar lo natural de la muerte. Las ciudades pueden encontrar el camino para que sus ciudadanos vivan y mueran dignamente. De eso se trata.