Ricardo García Duarte
Rector Universidad Distrital
Francisco José de Caldas
Nota Editorial. Ciudad y Educación
Edición Nº 3. Agosto de 2020. Pensar la Ciudad
La ciudad es un espacio pedagógico; tan eficaz como pocos; y tan lleno de significados por discernir, si apenas se le prestara un poco de atención.
Todo esto por supuesto va más allá de la educación formal, aunque también la incluye. Tiene que ver de un modo más amplio y al mismo tiempo más decisivo con la formación, con esa construcción seminal y, asimismo, integral del sujeto.
De acuerdo con Jean Piaget, dicha construcción comienza con la apropiación de símbolos por parte del niño en su entorno inmediato; y extensivamente con los mecanismos mentales de conceptualización que vienen después.
Ese entorno, el de la simbolización de los roles de la madre y el padre; y el de los lugares, el sonido y los ademanes que los caracterizan; el de los más próximos semejantes; se prolonga en el universo mediato o secundario, ese que está un tanto más allá; por ejemplo, el de la ciudad, medio social por excelencia de la modernidad.
La ciudad alberga los trazos y las líneas de las calles, plazas y edificaciones, todas ellas materialización de una visión geométrica. Igualmente, la infinidad de intercambios cuantificables, el de la tienda, el almacén o el hogar, los mismos que pueden dar lugar a la abstracción matemática. Y ni hablar de las historias y biografías de cada vecino o del viandante ocasional, base para el tejido de narrativas más o menos estructuradas, evocadoras del mito ancestral y claro, del relato presente.
Así, el universo urbano recoge un potencial desmesurado de experiencias y significados. Las primeras son asumidas como hechos sociales inmediatos, comprensibles a través de los segundos. Entre las experiencias y los significados, cabe la práctica pedagógica en la ciudad. Para los niños y jóvenes, aunque también para los adultos.
Atreverse a las experiencias que ofrece la ciudad, lo que sucede del mismo modo como se produce el acercamiento audaz a los olores y sabores, al tacto y al oído, es el fundamento de un ejercicio pedagógico, si al mismo tiempo se simbolizan dichas prácticas sociales -la conversación, la vista del paisaje, o la actividad laboral-, mediante la apropiación de un código de significados, el cual permite un catálogo diverso, pero no caótico de interpretaciones.
Eso es la educación en la ciudad, la pedagogía por el mundo urbano. Educación viva y palpitante, que transita quizá por la piel y el corazón, pero que no por ello es menos racional. Una especie de educación senti-pensante, que resume una moralidad, hecha de sensibilidad y razón, según la expresión de Mario Gennari. Quien por cierto ha dicho, a propósito de este tema: “una dimensión siempre posible es educar al hombre para que interprete y construya el espacio según categorías educativas, de modo que la ciudad sea de nuevo el lugar de la persona. Las condiciones necesarias para que esto sea realidad parecen que pueden hallarse en el horizonte de lo pedagógico visto desde una perspectiva rigurosa y nunca desviada por los falsos espejismos de la modernidad”.