Aprilius
(Creación Colectiva)
Preguntas sobre la extorsión como forma del delito y la criminalidad
Edición N° 14. Octubre-Noviembre de 2021. Pensar la Ciudad
El tema de la extorsión con frecuencia es visto como un delito más entre muchos de los que ocurren en una ciudad. No obstante, un análisis detenido permite concluir que es un instrumento muy importante con el que cuenta el crimen organizado para escalar las rentas obtenidas ilegalmente, desde la base a la cúpula de una especie de pirámide (estructura). Por ahora solo sabemos que ese cobro se hace, pero se ignora hasta donde llega y bajo qué mecanismos.
Con frecuencia las quejas ciudadanas apuntan a que el delito se desbordó, a que aumentaron los delitos con arma de fuego, que con frecuencia hay muertes en el marco de atracos, que el hurto se desbordó. Obviamente estos temas son extremadamente importantes. No obstante, el tema de la extorsión es poco mencionado y curiosamente es un aspecto central en el funcionamiento de las estructuras criminales. Posiblemente los ciudadanos que se hacen preguntas sobre estos temas están rodeados por estructuras criminales, mientras que curiosamente piensan que actúan delincuentes inconexos que delinquen en la ciudad. Posiblemente, más allá de lo aparente, existen estructuras que garantizan que lo robado acabe finalmente en las arcas de unos pocos.
Muchas de las actividades que se desenvuelven en una ciudad, y particularmente en Bogotá, están estructuradas e integradas en torno al tema de la extorsión. Actividades que aparentemente no tienen nada que ver con el crimen organizado, están constituidas a partir de esquemas coercitivos que garantizan que las rentas que se derivan de unas actividades determinadas acaben en la cúpula de una organización.
El expendio de sustancias psicoactivas, es apenas un tema. Lejos de constituirse como un mercado perfecto en el que hay muchos expendedores que venden libremente, se trata de un negocio acaparado por muy pocas estructuras cuyo control se garantiza a partir del cobro de cuotas. Una u otra persona puede distribuir sustancias en un lugar determinado, siempre y cuando se inscriba en una u otra estructura a la que le paga o con la que arregla una participación para poder funcionar. Los arreglos pueden ser múltiples, y muchas veces, obviamente, un expendedor ocupa un espacio porque está previsto de antemano y ha arreglado cuotas, qué productos vender, a qué precios y otros detalles. Si algún expendedor intenta vender por su cuenta, cae en las redes criminales de esas estructuras y es encuadrado, organizado, a partir del uso de la violencia y la coerción. De esta manera, lo que hay son muy pocas estructuras que controlan muchos sitios de expendio, la mayoría de ellos callejeros y móviles, cuyos vendedores están inscritos en estructuras jerarquizadas, que por medio de la coerción y la violencia, garantizan que las rentas suban desde la base a la cúpula de la estructura.
El tema del expendio al menudeo merecería muchas líneas más y su estructura es mucho más compleja. Hay muchas otras preguntas por resolver. No se ha examinado, por ejemplo, como dirimen sus territorios las estructuras criminales, cuantas estructuras mayores hay, hasta qué punto las estructuras que tienen control en una localidad lo tienen en otra u otras. Concluyamos por ahora que muy pocas estructuras acumulan muchas rentas que por medio de la coerción suben desde la base hacia la cúpula de una pirámide.
En un esquema parecido, el trabajo sexual callejero también aparece a la vista como una competencia perfecta en la que mujeres y hombres venden su cuerpo al mejor postor. Lejos de esto. Estos mercados también están regulados por la coerción y la violencia y el cobro de cuotas se convierte en la herramienta para garantizar que las rentas que se derivan suban hacia la cúpula de una organización. Obviamente muchas y muchos trabajadores sexuales trabajan por su cuenta, pero la cuestión es diferente cuando se sitúan en sectores establecidos como el barrio Santa Fe, el Siete de Agosto, el Barrio Venecia, la Primera de Mayo, Chapinero. La o el trabajador sexual ocupa un espacio en la calle que se constituye en un pequeño territorio protegido por una estructura con capacidad coercitiva (el o la proxeneta no actúan solos). Esta persona que busca clientes puede hacer uso de ese espacio, siempre y cuando pague una protección, es decir, que parte de lo que recoge tiene que transferirlo a un intermediario. En el fondo esta persona es protegida de que un competidor invada su espacio de trabajo, o de la agresión de un competidor para arrebatarle ese espacio de trabajo, y aún, de un delincuente o del hecho de que su cliente no quiera cancelarle lo acordado. Pagando una cuota, esa persona está segura. No tiene otra manera de hacerlo. En esa medida, parte de la renta que deriva de esa actividad fluye hacia arriba en el marco de una estructura.
Por ello en zonas de trabajo sexual existen tensiones fuertes entre competidores por el uso de un espacio determinado y las estructuras que controlan el negocio pueden entrar en contradicciones que se desenvuelven en medio de disputas violentas. Ese tema por ahora no nos interesa. Basta con constatar que no hay competencia perfecta y que las personas inscritas en esa actividad en zonas donde hay concentraciones hacen parte de una o unas estructuras piramidales en la que desde la base le transfieren por medio de una cuota, una extorsión, parte de la renta obtenida. Un planteamiento que abona el razonamiento según el cual la extorsión, más que un delito más, es un mecanismo con el que cuenta el crimen organizado para garantizar que las rentas derivadas de actividades legales e ilegales fluyan a la cúpula de una organización porque están reguladas por medio de la coerción y la violencia.
Interesa observar un campo radicalmente diferente pero que funciona bajo la misma estructura. Es el de la venta ambulante de productos legales. A ojos de cualquier ciudadano existe en la calle una competencia entre varios vendedores ambulantes que ocupan el espacio público para vender diferentes productos que demandan los transeúntes. Lejos de constituirse en una competencia perfecta, estos vendedores, sobre todo en las zonas más apetecidas, están inscritos en estructuras con capacidad coercitiva para hacer circular las rentas que derivan hacia una parte más alta de una jerarquía en el interior de una estructura. Así mismo, son protegidos de que rivales invadan su espacio o de que otros quieran cobrarles por lo que hacen.
Si algún nuevo vendedor busca un espacio en un lugar de la ciudad, ampliamente favorecido por la existencia de una demanda grande, va a encontrar una barrera para articularse. No se puede instalar de buenas a primeras si primero no se compromete a pagar una cuota. Si ese vendedor logra posicionarse e insiste en quedarse, va a encontrar una resistencia por parte de una estructura determinada, y si no llega a un arreglo, es decir, a pagar una cuota, sea diaria, semanal, quincenal, mensual, pues no se va a poder desempeñar la actividad que busca para derivar su subsistencia.
Al igual que en el desarrollo de actividades ilegales, como en el expendio de sustancias o el trabajo sexual, en este caso, en el que las ventas son legales, el esquema es parecido. Para poder funcionar, tiene que quedar inscrito en una estructura criminal que por medio de la coerción extrae parte de la renta derivada de una actividad determinada que fluye hacia arriba.
Nuevas preguntas surgen en torno a este sencillo ejercicio de observación. ¿Qué garantiza que unas estructuras criminales, que se instauran ilegalmente, puedan funcionar? Hay una pieza, al menos, que le falta al esquema. Para poder funcionar, tanto los expendios de droga, como el trabajo sexual callejero, o la venta ambulante de productos legales, tiene que haber una especie de alianza entre la estructura que recauda y organiza y elementos de la Policía. El negocio es redondo. La estructura mafiosa organiza los trabajadores de base, léase los vendedores ambulantes, los y las trabajadores sexuales, y aún los expendedores de sustancias. Estos, a cambio de una cuota, pueden trabajar. La estructura criminal, por medio de la coerción extrae esa renta que transfiere en dos niveles. Por un lado, le entrega una participación a la Policía, y por el otro lado, a la cúpula de la organización a la que pertenece. Los elementos de la institución policial son los que en últimas garantizan que esa actividad se desarrolle.
Una constatación adicional. Mediante este esquema, los elementos corruptos de la Policía evitan tener que cobrarle a cada trabajador de base, a cada expendedor, a cada trabajadora o trabajador sexual, a cada uno de los vendedores ambulantes. La estructura criminal organiza el trabajo y distribuye las rentas.
Hay al menos dos bloques, dos conjuntos de problemas, que tenemos que despejar. Hasta qué punto, una estructura está comprometida con uno o más negocios (criminales), si existen estructuras que acaparan varios negocios, y cómo se reparten las rentas de unos y otros negocios. Las actividades de las que posiblemente extraen las rentas indicadas, son infinitas. El transporte informal, los mercados de piezas robadas, el hurto de bicicletas, el hurto de celulares. ¿Sabemos algo sobre la libertad de los individuos para hurtar? ¿Hay acaso territorios demarcados? Si está grabado el expendio, ¿no estará grabado el hurto en determinados lugares de la ciudad? son preguntas que hay que ir resolviendo haciendo pesquisas.
Por otro lado hay un conjunto de preguntas sobre las relaciones entre la Policía y la estructura criminal. ¿Desde qué niveles de mando están comprometidos? ¿Son tan solo unos patrulleros de base? O acaso ¿Las rentas que reciben suben también hacia arriba? ¿Qué mandos y en qué niveles están comprometidos? El tema plantea preguntas muy interesantes ¿Hasta qué punto la ciudad está en manos de estructuras criminales? ¿Qué porcentaje de las ventas ambulantes y especialmente de las zonas más álgidas, con mayor circulación de personas, están comprometidas?
El lector se dará cuenta de que los planteamientos hechos son tan solo unas reflexiones que surgen de la observación sobre cómo funcionan determinados negocios. Sería importante que con información adicional de los lectores, podamos responder a más y más preguntas. Posiblemente el problema por el que estamos preocupados, el supuesto aumento de la delincuencia (hace cinco, nueve años o quince años posiblemente los ciudadanos se quejaban de lo mismo) es apenas la manifestación de un problema mucho más fuerte, que lleva sembrado en la ciudad desde hace mucho tiempo, y que estos mismos ciudadanos alimentan cuando realizan una compra en una venta ambulante. El problema no es menor en cuanto abarca a un conjunto de trabajadores informales que podrían representar más de la mitad de los de la ciudad.