Julián De Zubiría
Doctor Honoris Causa en educación de las Universidades Pedagógica y Federico Villarreal en Perú y director del Instituto Alberto Merani.
¿Será viable la transformación pedagógica en Bogotá?
Edición Nº 3. Agosto de 2020. Pensar la Ciudad
Bogotá es reconocida mundialmente por el esfuerzo que ha realizado para garantizar el derecho a la educación. Fue la primera ciudad del país en establecer la gratuidad y fue pionera en la provisión de todos los servicios complementarios relacionados con el almuerzo y el transporte. La inversión creció de manera significativa a partir del año 2004. Hoy la calidad de la infraestructura de los colegios oficiales es mayor a la que tienen la mayoría de colegios privados de la ciudad.
Sin embargo, los notorios avances en el derecho a la educación y en la infraestructura, no se corresponden con las tendencias observadas en calidad. Si se miran las tendencias en la última época, la conclusión es que la educación de la ciudad, en general, no va por buen camino. En 2018, en las pruebas SABER 11, Bogotá ocupó el puesto 53 y el 67 en 2019. Muy distante de los primeros lugares que alcanzó al culminar la década anterior.
Si analizamos las pruebas SABER 11, encontramos que Bogotá sigue teniendo un número muy bajo de colegios oficiales en las dos categorías más altas: A y A+. En 2019, tan sólo 1,6% de los colegios públicos se ubicaba en A+ y el 15% en A. La tendencia es negativa, si comparamos estos datos con los de 2016: pasamos de tener 19.7% de colegios oficiales en las categorías A y A+ a sumar 16.8%.
Gráfico No. 1. Clasificación de los colegios de Bogotá según las pruebas SABER 11
Si se compara el desempeño alcanzado por el país en PISA en 2018 con el logrado en 2009, en el caso de Bogotá hay un leve incremento para el mismo período, al pasar de 446 puntos a 456. Sin embargo, cuando se revisa en detalle la tendencia, se concluye que los únicos que mejoraron fueron los colegios privados. Dado lo anterior, las brechas según tipo de colegio, aumentaron significativamente en la última década. En lectura son de 84 puntos, lo que equivale, según PISA, a tres años de desventaja para los colegios oficiales. Esto querría decir que, aunque los estudiantes de los colegios públicos y privados están en el Grado Noveno, los de los colegios oficiales leen como si estuvieran en el Grado Sexto. (Ver Gráfico No. 2). La preocupación es todavía mayor cuando, según dichas pruebas, observamos que tan solo el 3% de los estudiantes de Grado Noveno alcanza la lectura crítica, al tiempo que el 30% lee a los 15 años como si tuvieran 6 años de edad. El problema de la calidad de la educación es más grave de lo que cree la mayoría de la población y de lo que reconocen los gobiernos.
Gráfico No. 2. Resultados PISA 2009-2018 según tipo de establecimiento educativo, Bogotá Vs. Colombia
La conclusión es muy clara: la calidad de la educación en Bogotá es muy baja, no ha mejorado en la última década y se están aumentando las brechas entre los colegios públicos y privados.
Es cierto que estas pruebas solo evalúan una parte de la calidad y que sería indispensable incluir también los criterios de pertinencia, equidad e integralidad, tal como lo han establecido los ODS para Colombia. Sin embargo, por espacio, no podríamos dedicarnos a su análisis.
También es reconocido que los colegios privados cuentan con una enorme ventaja por el capital cultural de las familias. Aun así, ese no es el caso de los colegios en concesión que muestran una tendencia muy favorable en la última década en calidad y tampoco podría ser un argumento para explicar la tendencia negativa en las brechas.
¿Mejorará Bogotá la calidad de su educación en los próximos años?
Responder la pregunta anterior no es fácil, ya que, como ya se dijo, en calidad el balance no es favorable en la última década en la ciudad. Lo que implica que no será haciendo lo mismo que ha venido haciendo la ciudad que mejoraremos en la calidad.
El Plan de Desarrollo adoptado dice que Bogotá impulsará la transformación pedagógica en el 100% de los colegios, pero una cosa es decirlo y otra cosa es poder hacerlo. Para lograrlo, se necesitan cinco condiciones esenciales.
Primera. Una profunda transformación curricular. El éxito educativo que han alcanzado diversos países en el mundo no se entendería si no se estudian los procesos de transformación curricular que los respaldan. Eso es válido en todos los casos, desde Chile hasta Polonia, Vietnam o China, por no hablar del Norte de Europa o Canadá. Esos países han concentrado su trabajo en las competencias transversales para pensar y comunicarse, o lo que otros han llamado las competencias del Siglo XXI, las cuales caracterizan las maneras de pensar, de trabajar, de vivir y las herramientas para trabajar .
El problema es que en Colombia el atraso curricular es sensible, lo mismo que la fragmentación. Cada año los estudiantes ven entre 13 y 15 asignaturas y en cada una de ellas se estudian los detalles más impertinentes. Si eso se mantiene, será totalmente imposible hacer una transformación pedagógica.
En los últimos cuatro años Bogotá retrocedió a nivel curricular al adoptar los Derechos Básicos de Aprendizaje (DBA), una idea lanzada por el MEN y que fue considerada como un serio retroceso en la política pública en educación por el Consejo Académico del Plan Decenal de educación elaborado para el periodo 2017-2026 .
Lo que necesitamos es posible de lograr y es viable en el marco de la autonomía que otorgó la Ley General de Educación de 1994 a todas las entidades territoriales: que todas las asignaturas, de todos los grados y áreas, se concentren en consolidar las competencias para pensar, comunicar y convivir. Hacia allá tiene que marchar la transformación curricular en la ciudad. En últimas, es a eso a lo que deberían ir los niños a la escuela: a aprender a pensar, comunicarse y convivir.
El cambio tiene que empezar por transformar el área de lenguaje, hoy concentrada en el estudio de la gramática y la ortografía, en un área de competencias comunicativas, orientada a consolidar las competencias para leer críticamente diversos discursos. Una condición para lograrlo, es convertir la lectura en competencia transversal. Esto quiere decir que, enseñar a leer tiene que convertirse en responsabilidad de todos los profesores en todas las áreas y cursos. Sin embargo, una condición para ello es cualificar los niveles de lectura y escritura de todos los profesores de la ciudad y esto nos conduce a la segunda condición.
Segunda. Cualificar la formación de los docentes en la ciudad. Los maestros y maestras, tienen un gran potencial modelador para cualificar y enriquecer los lineamientos curriculares que se trazan desde las Secretarías de Educación, pero también pueden limitar ideas novedosas trazadas desde las entidades gubernamentales. Pueden jalonar los procesos de cambio y convertirse en la fuerza principal para garantizar una educación que efectivamente favorezca el desarrollo integral de los estudiantes, y al hacerlo, impulsar la transformación educativa que necesitamos en nuestra ciudad.
Es necesario crear un sistema de reuniones, encuentros, reflexiones y redes de maestros que ayuden a fortalecer los procesos pedagógicos.
El problema grave es que las Facultades de Educación vienen obteniendo el último lugar entre todas las facultades del país desde el año 2012 en los resultados de las pruebas SABER PRO en lectura crítica, razonamiento numérico y competencias ciudadanas. La conclusión es obvia: Si queremos transformar la educación de la ciudad, hay que iniciar por transformar la formación que reciben los docentes que la orientan.
Tercera. Fortalecer el liderazgo pedagógico de los rectores. En Colombia los rectores salieron de las aulas de clase y de las reuniones de profesores y se dedicaron a resolver procesos administrativos y legales desde varias décadas atrás. Esto ha traído graves consecuencias para la calidad, ya que los rectores dejaron de liderar la transformación educativa y de cohesionar a la comunidad.
Diversos estudios de la UNESCO (LLECE, SERCE y TERCE, realizados en 2000, 2006 y 2014), concluyen que el clima institucional incide en la calidad de la educación más que todas las demás variables sumadas, y que, la segunda variable en incidencia tiene que ver con el liderazgo pedagógico de los rectores.
Cuarta. Fortalecer el trabajo en equipo. Todos sabemos lo que le pasaría a un vehículo que empujan cinco personas hacia lados diferentes. Eso mismo es lo que le pasa al sistema educativo en Bogotá y Colombia, cada docente trabaja de manera individual y fragmentada. Los estudiantes no consolidan sus competencias porque lo que hace un docente es completamente diferente a lo que hacen los demás. Es más, la mayoría de los profesores no sabe qué aprendizajes median sus compañeros.
Una estrategia muy sencilla para resolver esto ha sido adoptada por algunas innovaciones pedagógicas: trabajo por proyectos. Una estrategia más estructural se implementó con éxito en la SED entre 2004 y 2011, pero desafortunadamente se debilitó posteriormente. Se trató de sustituir la estructura institucional por grados, por una organización por ciclos, que fortalece el trabajo en equipo y articula la educación con el desarrollo de los alumnos. Necesitamos relanzar la organización por ciclos en la ciudad.
Quinta. Asegurar tres años de educación inicial para todos. Múltiples estudios en el mundo han revelado la importancia que tiene para el desarrollo de los niños recibir una educación inicial de calidad; lo cual no es de extrañar si se tiene en cuenta que esos niños disminuyen significativamente la reprobación de año y la deserción escolar, al tiempo que desarrollan las inteligencias socioafectiva, comunicativa y analítica. Esto ha sido ampliamente investigado y los resultados son muy convincentes, al punto que condujo al otorgamiento del Premio Nobel de Economía en el año 2000 a James Heckman, quien demostró que esta era la inversión más rentable social, económica y cultural, que podría hacer una nación.
De las anteriores condiciones, tres están escritas con gran énfasis en el Plan de Desarrollo “Un nuevo contrato social y ambiental para el Siglo XXI”. Son la primera, la segunda y la quinta. Sin embargo, si la formación sigue la ruta que ha tendido en la última década, es poco lo que podría esperarse de ella. Nadie puede transformar la educación de una ciudad, sin transformar la formación de los docentes que la orientan. También allí será necesario un profundo proceso de reestructuración. Así mismo, si no logramos fortalecer el trabajo en equipo, es poco lo que podremos avanzar en calidad. Allí, sin duda, radica uno de los “cuellos de botella” de la calidad de la educación oficial. También será necesario entender que de poco sirven los cambios si en el aula los docentes llegan a enseñar lo mismo que siempre han enseñado.
Por tanto, la transformación pedagógica en Bogotá solo será viable si la SED y los maestros están dispuestos a impulsar una verdadera transformación del currículo y de los programas de formación de docentes de la ciudad. La enorme ventaja es que existe la conciencia del problema y la voluntad para trabajar en esta dirección.